viernes, 10 de abril de 2020

Unas palabras sobre Poema de miedo, esperanza y felicidad en veintiséis partes de David Mayor (4 de agosto, 2019)


A veces uno se sienta frente al teclado por obligación. Por vencer la pereza. No había pereza, había miedo. Mi amigo Enrique me regaló este libro y las semanas fueron pasando entre angustia y esperas, entre pandemias y kilómetros. Hoy respiro y, aunque la química ayuda, tienes que ponerte en marcha. Seleccioné de la pila que nunca desciende unos cuantos, sabiendo que el de poesía iba a ser el que más costara leer, el que pidiera una y otra vez darle vueltas, doblar las hojas por abajo cuando un verso te impactara o un poema te marcara, doblando las hojas por arriba para seguir leyendo al día siguiente. Sin capítulos no hay orden. David Mayor publicó en el número 222 de Planeta Clandestino Poema de miedo, esperanza y felicidad en veintiséis partes. David escribe poco porque lee mucho. Pero cuando lo hace las tijeras son el abordaje de su poesía, como en aquel cartonero de David Giménez, minúsculo y polisémico. Aquella novela que era un poemario. David Mayor es un miembro de la familia Summers y presentó una vez con los zapatos de su padre. Cuando leo a David en este libro vuelvo a Julio Verne. David escribe Jules porque sabe de lo que habla -o escribe-. Yo pienso en el filósofo que lleva sus americanas a la tintorería con el cambio de temporada y espera encontrarse algún billete de veinte euros con el que pagar una ronda. El libro de David tiene algo de mapa del tesoro, de contrabando de té -hay mucho té en el libro, como un recuerdo a las compañías que surcaban el camino de las Indias-, aunque también, con las personas de verbo, podría trasladarnos a la Manila de Gil de Biedma, cambiando la bolsita por el tabaco. 



Un libro que atrapa los versos que sobrevuelan, que habla de la persona que uno no es o de la persona en la que uno ve que se ha convertido (“desde el lugar extraño que siempre es/vivir dos veces: tarde y temprano.”), hay un guiño rockero a cuando la vída era marrón y circulaba con la parsimonia de la resina a través de un canal de blues en Epitalamio (“Que tirar de las sábanas es tan antiguo como el mundo”), vuelvo a la locura de Janni Dakkar que recorre los fondos submarinos como si fueran montañas de locura (“El mar tiene laberintos dentro/que recuerdan el fracaso de los hombres”) y esa ondina que alimentó a la vez a Servando Carvallar e hizo callar a Antonio Luque (“El río trae el ruido de alguien/que llama a alguien”). David corrige y usa lápiz de punta afilada, mezcla el rojo con el negro, el tapiz con el que sueña se deshace cada vez que despierta y contempla la utopía también deshecha. Caminando como un poeta sin trabajo en un mundo steampunk (“Llueve como solo llueve en la literatura fantástica”), como si el último rapsoda fuera Paolo Bacigalupi y el amor y los poemas se midieran con créditos de la República -la de Palpatine, no se confundan-, y el arte un recuerdo que se conservara en los únicos museos permitidos, los de antropología (“vivir sabiéndol/debería ser el estado de las cosas”). Jean Luc Godard en Todo va bien, el cuaderno donde se conserva el amor antes de que arda. Un libro, este de David Mayor, que avisa de la distopía, que nos ayudará a salir de ella. Manual de instrucciones para un juego que solo habíamos visto en las estanterías.

Gracias al poeta y amigo Enrique Cebrián que me regaló este libro (todavía te debo uno)