domingo, 12 de marzo de 2017

Escuela de capataces de Miqui Puig (LAV Records,2017)



El nuevo disco de Miqui Puig es una declaración de principios. Es una exposición de polaroids en la que cada sala es mejor que la anterior y en la que avanzas sabiendo que lo que dejas detrás es solo ceniza. Mique ha esperado con la paciencia de un amanuense para ordenar en su cabeza las notas que sobrevolaban hasta que se ha impuesto la justicia y el honor. Ha contado las historias con un ritmo pop inconfundible. Un disco muy Miqui.

Ella me salvó (BB sin sed): Se abre el LP con trepidación. No es un mérito, es una obligación. Es Patacho hablando de los Mig-Mag en una habitación con Algora, es un as de picas comprado por trece monedas en el rastro. Bebe, bebe, le dice Franc Lluis a David de la Cruz, bebe aunque no tengas sed, porque todavía quedan muchos kilómetros.



Los módena: En la dos el single de apertura. Canción de estribillo, canción de puños en alto, ojos en blanco. La lista de peticiones: vino blanco y unos cucuruchos con freiduría. A los rockers nos cuesta llevar la paridad en los calcetines.

El sastre de Genestacio Dandismo y envidia. Una mezcla ampulosa. Una historia de viernes para Jarvis y para Weller. Los dos frentes al espejo, Miqui frente al espejo. Y fuera, John Foxx espera ver qué queda de Europa después de la lluvia. Y el saxo, bendito, remite al Dios del principio: la vida es subir y bajar en un ascensor desde tu casa a la calle, antes y después de la fiesta.


Sofia Schmidt-Perez del Oso: Es el momento de volver a los jóvenes americanos. ¿Se puede ser más grande que Miqui Puig llevándome de vuelta a Filadelfia? El violín, el segundo violín, mil violines convertidos en un grito de guerra. Puig amaga con los Desmond Dekker para llevarnos hasta el borde de la playa. No, yo no me baño, es una excusa para las hogueras de esta noche.

El chico que gritaba acid: Rompeolas, punk rockers enamorados, las ginebra nacional, de Glaswov a North Barcelona, el chico que hablaba de Revival ahora habla de Acid. Los tatuajes se llevan en el alma. Aquellas columnas que leías a escondidas en un trabajo que odiabas. Hambriento de canciones, hambriento de amigos: estribillo otra vez perfecto. Todas las fiestas de mañana

La teoría del hombre invisible: Volvemos a la bodega. Allí nos juntábamos varios fantasmas a la espera de tomar el cócktail perfecto. ¿Qué nos faltaba ver? La lucidez del spoken word, los personajes que aparecen para esperar una historia mejor, una vida mejor. Habla de la víctima que hace el número diez, de los gritos que nos mantienen vivos. Dormir es morir.

Línea clara: Vivir en Bruselas, quitarse el sudor con un pañuelo que usó Jacques Brel, decidir cuándo ha terminado el otoño. El mordisco como excusa para la almendra. Las gafas de volar de Saint-Exupéry, las bielas de De Vlaeminck y un relato de John Cheever.

Cuidado con los perros: Abre el abanico otra vez. Es momento de bailar, de darle al charles, demostrar los años y los singles de Dutronc, las pasiones y las chicas que se escapan por unos centímetros. El toisón de oro y llegan los metales. No hay disco sin metales. Esperaremos hasta que chasquees los dedos con cariño.

Nuevo rock americano: Lánguido, cotidiano, a la contra. Miqui Puig ha puesto una cámara de cartón en todas nuestras casas. Sabe que los que pelean son los que acaban más rotos.



La hora del brindis: Las percusiones, las programaciones y otra vez el cierre, los amigos ausentes dejaron sus discos detrás. Quizá una de las cumbres literarias del año cuando Puig escribe: Tiene alguien a quien cuida como mandan las canciones.

Vos trobava a faltar: El cierre es enérgico, hermosísimo, como cuando sabes que la próxima vez que veas a tu colega la fiesta aún será mejor. Principiantes que ya saben qué camino elegir. El puzzle en el que todo encaja, la luz perfecta sobre un atril, una canción que sirve para cerrar y para abrir. Mi corazón y mis oídos.



Miqui Puig entrega un disco que es un todo. Un todo narrativo de potencia inigualable. Con su voz en perfecto lugar, elevándose sobre las cuerdas, los órganos y las guitarras. Sin rastro de divismo pero pleno de mitología. Un Miqui que habla de alcohol y de Dios como un tributo involuntario a los que se han marchado, un Miqui ligeramente distópico (herencia de las noches de radio al frente del micro en Can Tuyus), clásico, más clásico que nunca. Ha elegido la mejor de sus gabardinas, la que te permite caminar bajo la lluvia con entereza. Porque de buen gusto anda más que sobrado.

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