martes, 13 de junio de 2017

Exposición de Calavera (Mont Ventoux, 17)


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Un sonido pulcro, una luminosidad contenida entre las manos, Calavera destila su sonido una y otra vez, en un alambique sonoro donde tienen cabida instrumentos orgánicos y sintéticos, mezclados con gusto y complacencia. Es su primer LP, su primera grande. 

El trabajo en las voces, desde lo minimal y robótico como en Esqueleto pasando por la luz incidente de Cielo nocturno, es un notable, añadido a los ambientes sin grumos, intensidades que hablan de cuerdas, cuerdas que llevan a la cima. A veces se manejan en ecos que devuelven a los Spinetta Jade, otras veces los sintetizadores levemente crapulosos de temas como Tres funcionan en los paisajes oníricos donde transitaba la Dama se esconde, en Sobre todas las cosas se acercan al esquematismo lírico y la celebración de los espacios de los Kiev cuando nieva en una sorprendente revisión de lo confesional.

Y de pronto cuando uno no sabía qué esperar, las percusiones imposibles con la que se desgarra Tras el cristal, nos devuelve la intensidad llameante y mutada de los Standstill de La risa funesta.
La fuerza de las cajas de ritmo que sostienen Museo, abrazan la dulzura para eliminar lo opaco de cada corazón, en un tema que expande lírica y melodía en un bucle, una cinta de Möbius, una vuelta a los años de cassettes de Sebadoh

Un tema como Miranda, con un punto fabulador, atenaza en el bajo y sigue con el buen gusto en las programaciones para terminar siendo el mejor momento del LP, un LP con canciones notables por otro lado.


En Calavera uno encuentra manchas sonoras que se adentran en tu mente, avanzan en el sistema vegetativo y terminan dirigiendo cada una de tus sinapsis. Así La vuelta a casa es un broche de hermetismo calculado que termina llevándote de nuevo al comienzo. Lógica preposicional, no propone, sitúa, para esta maravilla de lo refinado.  

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