domingo, 23 de septiembre de 2018

El don del vuelo sin el arte hermano del aterrizaje de Tachenko (Limbo Starr, 2018)




Unas percusiones sintéticas, la melancolía de los teclados, Gafas de sol es una apertura perfecta, para LP y para directo, en la que se revisa melódicamente a las bandas de finales de los ochenta, las que ya eran maduras cuando nosotros éramos jóvenes. En este disco ya se avisa desde el principio que habrá que masticar y habrá que contactar con los espíritus presentes y ausentes. La primera postal abiertamente cotidiana en la trayectoria de Tachenko, Domingo de resurrección, con xilófonos y coros, de nuevo ese acercamiento cada vez menos oculto a la lírica de Serrat, con esos arreglos que parecen despistados y resultan laberínticos. Ese residuo amargo que trae la distancia, un poco Nouvelle Vague y un poco negros cielos en noches de letanía. El single de presentación es Rápido, que casi contextualiza el disco en su propuesta: tradición y estribillo, pero escorzo con la sobriedad del texto y el arreglo, una segunda cápsula de efervescencia controlada. La voz de Vinadé alcanza su máxima emoción en temas como Los estilos, cuando se acerca a la épica de las bandas sesenteras que erigían su leyenda a base de EP´s y producciones de Trabucchelli, jugando con las orquestas sintéticas que siguen utilizando tubos de vacío que florecen como amapolas en mitad de un estudio. Suave conmigo: aspergios casi de americana, momentos de lúdica reflexión, sábado al acabar la tarde, ritmo que invita al baile, fuera de la ley, cuatreros del pop con mucha hambre de noche todavía. Aparece ahora la trepidación rockera en Justo y necesario: que los emparenta con compañeros de generación como La Habitación Roja, en esa afónica combinación de espacios y sección rítmica, incluso en esa inflexión de la voz que suena a mañana de viernes. El solo de sintetizador vuelve a demostrar que aquí las capas y los antifaces son intercambiables pero al final queda la sonrisa del nylon y el eco de una banda para la que todo son espejos que devuelven caras guapas. Dos extraños nos devuelve a los Tachenko más clásicos. Los más pegados a su propio libro de estilo. Madurando a base de pastillas legales y ritmos pop, como en los tiempos del Coche Real, Dos Extraños está llamado a ser un nuevo clásico en su repertorio en los próximos años. Y todos sabemos que sacar la cabeza entre semejante puñado de candidatos tiene mucho mérito. Los santos protectores, el masticar fronterizo, Calexico y los Tindersticks pasados por la imaginería del mariachi, la lírica de Sebas Puente se revisa a sí mismo, reduciendo las imágenes y atrapando la sencillez Coheniana cuando abraza a las vírgenes con humor. Desértica como aquella banda rosácea en la que ahogaba sus penas Chris Hillman, La pena capital ofrece algo confesional y sagrado, como el perfil de la banda a contraluz, los hombros muy juntos, haciendo una ofrenda a la música calmada. Nos despedimos, se despiden más bien, con una pieza excelsa, una de las mejores letras del último pop aragonés, como sin licuáramos las despedidas en tres minutos de canción pop, como si lixiviáramos el recuerdo en melodía y arreglo, en voces y redobles. Los listos es Emoción para concluir el disco más ecléctico de Tachenko, picoteando en estilos y agrandando la paleta sin más ínfulas que la diversión y la pasión de amanuense, voces, guitarras y la instrumentación como esa mezcla de hierbas y especias que hacen más sabroso cualquier estofado.

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