Termina el año de la distopía. Primero y segundo de ciencia-ficción aprobadas, dentro de veinte años alguien te preguntará qué es esa marca en forma de cruz que tienes al comienzo del brazo. Seremos divinidades atrapadas por el pasado, por los dos veintes repetidos. Como nuestros progenitores, como nuestras mujeres, algunos en doblete vírico. Por limpieza y respeto simularemos ser felices, tendremos juguetes que se implantarán a través de puertos y sensaciones agridulces en función de la limpieza de la zona de conexión. David Albalá, el hombre tras el proyecto The Biomechanical Toy es un veterano de la escena aragonesa: estuvo en el filo, cuando lo analógico y lo digital convivían, cuando subir fotos costaba más que revelarlas en sótanos inmundos o descargar un mp3 podría ser el tiempo necesario para componer la banda sonora de la mayor resaca de tu vida. Ahí, en el recuerdo del mar imposible de la ciudad de Zaragoza, bajista de carácter, experimentador de efluvios sintéticos, entrega dos temas donde podemos reconocer el gusto por la melodía y la superposición, el zumbido indeleble, las programaciones euclídeas que desalojan las discotecas ochenteras con las que soñábamos al ver la Bola de Cristal. Sonar orgánico utilizando máquinas es un ejercicio de habilidad al alcance de muy pocos, y es esa hibridación lo que hace más delicioso el proceso de escucha de The first, que tiene guiños a esa manera étnica de compensar la cibernética, como si en la noche se juntaran Erich Von Däniken y Daniel Melero a pinchar. El segundo tema, The other, arroja una vertiente más caústica, de una ceniza oscura que se ha consumido una y otra vez, pasta base de Peter Baumann, con ese piano que simula lágrimas que, como pintura seca, impregnan los recuerdos del Muro. Dos temas que dejan con ganas de seguir escuchando este proyecto de elegante factura, construido sobre la compleja capacidad de evocación que tiene la música electrónica.
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