lunes, 2 de noviembre de 2015

Christina Rosenvinge: las mil caras de la libertad (Viernes 30 de octubre de 2015)



La noche de los viernes siempre da hambre. Hambre y sed. Un vacío inexplicable y que, conforme pasan los años, más cuesta aliviar. Canciones y recuerdos suelen ser buenos sucedáneos para engañar al estómago del alma. Christina Rosenvinge abrió unos pocos minutos después de las diez. Estábamos hambrientos, repito.

La noche del viernes venía con hambre atrasada. Hambre de la Rosenvinge más eléctrica. Una banda que marcaba las aristas con la brillantez del que sabe manejar el cincel y el susurro en mitad de la tormenta que se convertía en aullido cuando era necesario. Christina Rosenvinge es una seductora nata y cuando toca el teclado parece tan enfadada y seria como Nick Cave. Me dices que no nombre a PJ Harvey y no lo haré. No la escucho hace años, prefiero a Anita Lane y prefiero a Nico. Pero todo es demasiado fácil. Uno no puede estar hambriento y comer pan de molde. Se acaba la saliva antes que el apetito. No trataré de ordenar el repertorio. Casi todo fue parte de Lo nuestro. No hubo miradas al pasado y eso me dejó encendido. No sé qué es el pasado. El pasado es el escenario donde se disfrazan los recuerdos. El presente son las calles por donde camina el Pobre Nicolás o las de Romeo y los demás. Ayer era una tormenta olvidada y hoy es la canción para Aracne y la madre de Telémaco, ayer Carlos Gardel y Baudelaire y mañana la Absoluta nada.

Un batería contundente, eficiencia en la guitarra y el doble bajista/sintetizador que manejaba a su antojo los burbujeos ácidos que pedían canciones como La muy puta, rozando el spoken word en la onda de Lydia Lunch. Sentidos y notables. Dicen que hace frío ahí fuera. No mentían.

El bis para el Liquen.
¿Estás triste por algo, Octavio? Alguien tendrá la culpa.

Había una canción. Se llamaba como el libro. No la tocó. Hay tantas canciones que se llaman como libros.


Un público heterogéneo en la noche del viernes en Las Armas: el editor, crítico y escritor Fernando Sanmartín, el profesor y poeta Enrique Cebrián, la periodista y novelista Aloma Rodríguez o músicos como Javier Almazán (Copiloto) no se quisieron perder el recitar de una musa que se reinventa década tras década.  

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