Yo rezaba a la Virgen del
Pantano. Yo comía cuchillas cada noche para que de mis labios
saliera la oración adecuada.
Yo escribí sobre el
libro primero:
y sobre el libro segundo:
y ahora, con todos los
sacerdotes muertos, busco algún fraile que atraque conmigo la
farmacia. Por lo del hábito, claro.
Hubo en tiempo en el que
los ángeles jugaban con los dados de Dios. Donde los violines se
elevaban sobre nuestras cabezas para seccionar el alma de los
muertos. Mirábamos el Horizonte como si tuviera tatuado en sus
entrañas el destino. Guitarras narcóticas para el recuerdo
tembloroso. Entre tus manos se deslizan las canciones. El Hombre
Lento. Abrimos el gas y sobre la Estepa rusa se elevan un primigenio,
las imágenes poéticas de Castejón en Estepa rusa son tan poderosas
como mezclar plutonio con la pasta base. Moteles de carretera, armas
cargadas, woody guthrie, las arterias saliendo de la sangre. Cada
canción que escupe, adicto a la munición de alta graduación, se
escapa como el aceite usado entre los resquicios de la sociedad. Así
es el Hombre Lento, punk rock de escuela vieja, de cinta de cassette,
si sigues con la mirada la trayectoria verás cómo el suicida se
eleva desde el suelo hacia arriba: Francotirador. En el camino siguen
quedan vagabundos del Dharma, entropía líqueda en botellas rotas,
el mito perdido del hipercubo: usar una cinta de Moebius para hacerse
un chute, hacértelo con una bruja, hacértelo con todas las brujas
del mundo, volver a la cinta de Moebius, apurar el chute. Todo es
Hiperconsumo. Te he hablado de la Luz eléctrica encendida en mitad
de la noche ahogando todos los sueños, te he hablado de las voces de
No vuelvas a mi lado, del apocalipsis de tus ojos y de los suyos.
Nadie te esperará y pronto la riada será tu única amiga y, de
verdad, colega, no te gustará dormir cada día junto a ella. En la
boca del estómago, máxima en el reservado del Páramo, primero
golpear. ¿Por qué no me quieres? Porque tu aliento no me alimenta.
El Hombre Lento no salva,
el Hombre Lento no limpia las aceras de cadáveres nipones. El Hombre
Lento tiene las guitarras más afiladas del mundo, El Hombre Lento es
mejor que plastificar la revuelta y disolverla en el láudano de tu
abuela. Las cuerdas chirrías, las proclamas tienen sentido, la
guitarra, la guitarra de José Javier que arde cada noche de
madrugada y al día siguiente aún ves el humo saliendo de sus
cenizas, la sección rítmica de Guillermo Mata y Carlos Gracia, como
un tanque sin armamento, que da miedo sin disparar. Y Castejón,
penúltimo apóstata de la poesía culta, con los dedos agrietados de
tanto firmar con sangre.
El Hombre Lento tienen el
mejor directo de Aragón. Todas sus piedras preciosas son falsas y el
aliento les huele a gasolina. Amo al Hombre Lento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario