La aparición de estos dos EP´s marca un punto y aparte en la trayectoria del músico y productor Pablo Malatesta. Es un salto adelante, un reflejo fidedigno de su evolución hacia espacios compositivos donde resulta complicado destacar y una vuelta de tuerca en cuanto a lo que uno puede encontrar en la actualidad cuando buscar encuentros entre músicos del pop y la electrónica. Es un salto adelante porque es la primera vez que encontramos a Pablo firmando con su propio nombre un proyecto solista, donde da rienda suelta a sus últimas obsesiones, la electrónica orgánica, aquella en la que las máquinas y el hombre encuentran una simbiosis que va más allá del proceso de almacenamiento y secuenciación: Pablo Malatesta ha tocado las notas, fusionando sus pupilas con las luces rítmicas y sus huellas dactilares impregnan los sintetizadores para dar forma a atmósferas cambiantes, ritmos sincopados y música que pivota entre lo ambiental y lo bailable. Pablo Malatesta había demostrado ya su habilidad como compositor de espacios sonoros en distintos proyectos, además de generar melodías y arreglos para los grupos donde ha desarrollado su trayectoria previa, pero es cierto que es la primera vez que se enfrenta a la abstracción musical, al lienzo puro, al cassette virgen...ahí donde solamente importa la música...y dónde está la música, ¿en los cables?
La propuesta de Malatesta está dividida de manera muy inteligente en dos EP´s, no hay primero ni segundo, se complementan y mezclan sin confundirse. Si uno decide indagar primero en Manifest encontrará seis minutos de música bailable en la pieza que da título para luego volcarse en el loop hipnótico de Kampai, donde el averno espacial se mutila en un aparente nerviosismo formal, como si el universo fuera un animal adicto a la ketamina que empieza la noche. Wish imita las imperfecciones del vinilo, como en una lluvia de electrones golpeando una televisión sin ajuste de antena, sobre una pulsión casi entomológica crece la tempestad como en una banda sonora de videojuego maldito en 8 bits. Olas y olas de sirenas cibernéticas saludan y esperan, haciendo de los mantras una excusa para la dispersión de arreglos aceitosos hasta que a mitad del deseo la oscuridad de una carretera perdida impregna todo. Como si Baladamenti hubiera capturado un parásito de Tron llegamos a OGI, un tema de más de ocho minutos, donde las olas electrónicas se ven sacudidas por una oscilante lluvia concreta, cristal, cristal líquido, alma de casiotone, caja de ritmos que resuelve la ecuación de la vida. La vida como imitación de la vida. OGI tiene esa tonalidad brumosa del oriente seductor que se llevó el alma de Mick Karn mientras deshacía el maquillaje de una bella replicante. Manifest concatena en cada pieza elementos bailables, agresivos unos, fríos como lunas de Saturno en otras ocasiones, con sacudidas espasmódicas al robot que duerme y sueña con fusibles quemados donde insertar sus conexiones.
El segundo EP, Arena, se abre con el tema del mismo nombre, un piano nos recuerda que Pablo Malatesta es un instrumentista dotado que ha sabido experimentar las posibilidades de las cuerdas y la electricidad cuando se unen con cables a cerebros digitales. Por eso este Arena tiene un sabor de oscuridad ambiental, de melancolía por el paso del tiempo, de exploración tardía a una nebulosa extinta. Blitzliebe, el segundo tema del EP, ya había aparecido en versiones primerizas en antiguas propuestas de Pablo Malatesta, y nos recuerda aquellos tiempos a mediados de los noventa en los que Bowie giraba con Nine Inch Nails y Trent Reznor aparecía en el escenario para interpretar con su saxofón Subterraneans, el oscuro tema con el que se cerraba Low. Mi favorita de todas las piezas. Las razones quedan entre Pablo Malatesta, el Solina String Ensemble y un servidor. Resilience es una pieza más accesible, casi relajante dentro de la trepidación general del material, hay algo de esa síntesis cercana que con la base rítmica resulta familiar y provocadora. Es la sintonía de la aventura, de la exploración. El cierre con Infinity_and_Beyond, es un alegato a la apertura de miras en lo musical que ha supuesto estos dos trabajos de Pablo Malatesta, con ecos que se pierden de un público que ha crecido, los teclados que se apagan en la lejanía como piezas que deben de volver a su lugar, el ritmo de las baquetas que piden una más, una voz que aúlla la vuelta de los ángeles, el muro que crece y echa raíces. Somos tan débiles y pensamos que al desnudarnos nadie querrá mirarnos.
La vuelta de Pablo Malatesta a la actividad musical, con una libertad absoluta como ha demostrado con estos dos trabajos, es un anticipo, una bocanada para seguir respirando en esta distopía vital en la que nos encontramos. Pablo es un creador libre, exquisito y trabajador, con un nivel de exigencia y perfeccionismo que, como todos los grandes artistas, bordea lo paranoico. Eso hace que si se ha permitido liberar este material la esperanza de volverle a ver sobre un escenario, tras la mesa de producción o simplemente acompasando nuestro corazón al ritmo de sus pads y secuenciadores sea una realidad.
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