domingo, 13 de diciembre de 2020

Algunas palabras sobre Ir al norte de Fernando Sanmartín (Editorial Libros del aire, 2020)

 


Ir al norte de Fernando Sanmartín es un libro donde la búsqueda se confunde con el encuentro. La ciudad es la que elige al poeta porque envidia el cariño con el que trata a otras como ella. El pasado es sepia y en las fotografías hay tabaco y colores sepia y unos pocos coches aparcados junto a la playa en los veranos de los setenta con una matrícula que pone CH, como una promesa de remanso y dulzura de relojes. El poeta que está sediento desde el primer poema y seguirá así hasta el final del libro: “Una promesa es desnudarse cuando ya no hay ropa”. El dinero falso hecho de trapos, las planchas del hotel, mandar a Última Thule un vinilo que entre sus surcos estén grabadas las medidas del hombre perfecto, medidas que cuentan sílabas como en los poemas de los libros. El poeta Sanmartín es poeta del silencio, porque el sonido en el espacio es solo eso, una mentira de la ciencia podrida, el sonido siempre interrumpe, sobre esa interrupción se define, el sonido no adivina ni se esconde, así que prefieres el silencio. Poeta que elige silencio y noche, disfraz conocido para un Carnaval perpetuo. El uno de enero es el falso comienzo, el uno de septiembre, sosias, que mezcla ilusión y terror. Una ciencia inexacta es esa que habla del comienzo. ¿Cuándo comienza el amor, con el primer beso o la primera mirada con respuesta es ya aniversario? Sanmartín es joven y sueña con uno monstruo al que opositar. Es la niebla de Sofía una pista del lugar donde ocultarse, es el hogar de aquel Kleinman kafkiano que entre sombras buscaba amor y compasión. Sanmartín nace con el Ebro y comparte armas con su amigo muerto, un ángel que hablaba de pistolas, pero amaba las piscinas. Sofía, vuelvo a Sofía porque es nombre de mujer, como lo es Praga y Budapest, como son todas las mujeres que ocultaban su belleza tras el telón y ahora florecen entre desconocidos que las pasean, Sofía está invitada al baile de la muerte, es una más en la crisis entomológica que nació en Praga y se extendió con la delicadeza de la larva por todo el organismo. Sanmartín ha destapado en 'Ir al norte' un vino de buena cosecha, sentencias contundentes que demuestran su dominio de todos los registros líricos: Dios es un vagabundo, el Rey de la Atlántida caminando por las calles de Babilonia con una barba larga, olvidada su sangre azul o verde o amarilla, hasta que la Johny Storm lo hace recordar. Escuchen el verso: “Soy el que no diferencia/las razones de la sed”, ahora mismo la poesía es un ente sediento al que no sacia ningún verso o si lo hace vuelve la sed con más angustia que antes. Sanmartín acumula retazos y recuerdos, colecciona fotografías en los lotes del Rastro y se declara: “Soy un horizonte reparado”.



En la segunda parte de libro los viajes siguen presentes pero los versos tienen una delgadez casi enfermiza, personajes del Transiberiano, lugares lejanos, extremos desconocidos, el comienzo y el final: “Cuando sabe que en un día cabe toda la vida”. Como un ente divino, como semilla de deidad, tiene el poeta el poder de conservar la extenuación, ser el viajero que agota los viajes, los lugares que visita, atrapados, colecciona las derrotas en combate singular con las ciudades como trofeos. En uno de los poemas Fernando Sanmartín habla de los suicidas descalzos, la sutileza del álgebra como ciencia de lo desconocido. El álgebra es el arte del rompecabezas, la matemática que encaja y da sentido a las bases y los sistemas generadores. Sanmartín se detiene en los ángulos rectos de la existencia y allí encuentra el descanso que no le dan los zocos. ¿Será la muerte la incógnita que cierra la ecuación de la vida?: “La verdad es un rostro sin afueras”. Entre el Álvaro Valverde de 'Más allá Tánger' y el Aute que busca en el cielo protección, el tiempo de Sanmartín colecciona noches de nieve, esas en las que el niño duerme con la esperanza de no tener escuela al día siguiente. La muerte del tiempo es el instante en el que todo se detiene, temblor y desencaje, mecánicas básicas sin mecánicos, mecanismos terrestres, mecanismos únicos que se expanden como una mancha de aceite desde la aldea de los fermiones hasta el pozo misterioso del agujero negro. Sobre lo que niño no pueda entender que ningún dios ejerza cátedra. Quizá el mejor poema o el poema sobre el que se sostiene el libro.


Pero Sanmartín vuelve a la humedad de Venecia, engaña a París con su desprecio puntual, emerge en la medianoche, es un eremita que ha conocido suficientes incendios como para no evitar las cenizas que deja la lubricidad a su paso. Poeta cautivo, poeta que se deja viajar por encima, que se encuentra y que alimenta a las llaves con su propio cuerpo. Poeta que permite que sea el veneno quien decida qué mar asesinar, qué lejía, qué amoníaco, qué purificación química haga de los versos un blanco donde volver a empezar.

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