Hace unos años que reseñé en estemismo blog los dos primeros Ep´s de El Brindador. En ambos coincidía
en la extraordinaria voz de Eric y en el minimalismo recurrente pero
efectivo de la instrumentación. En este LP se ha rodeado de alguno
de los mejores instrumentistas que hay en Aragón: Liborio en el bajo
y contrabajo (un prodigio, su paleta a las cuatro cuerdas), Pablo
Jiménez en las baterías (y el millón de percusiones, de las
clásicas a las mutantes, que jalonan la grabación) y por supuesto
las guitarras de Cristian Barros, que es capaz de pasar del rock
americano futurista al emparentado con la canción francesa en un
suspiro. Y la voz y las canciones. Sin eso, sin Eric Cihigoyenetche
no habría disco, no habría nada. The Old play abre el disco, en un
envite de perdedores sin derrota, con la evocación de gargantas como
la de Stuart A. Staples, de un terciopelo negro perfectamente
sincronizado con la luz de la mediatarde de otoño. Las ventanas
rotas dejan que pase la música de los Kinks del It isn´t easy y
con la llegada del final del verano con esos teclados iniciales y la
acústica estival, uno se imagina a Jacques Brel cantando a todas las
bellezas que sobrevivieron a sus sueños de gloria. The Rain con su
guitarra perezosa nos trae al Brindador más primigenio, el que
jugaba con las cuerdas como si fueran partes de una orquesta
invisible, llenando el aire de magia y silencios. Distraction con sus
percusiones agónicas y el fantasma de Scott Walker indagando la
verdad detrás de sus gafas oscuras, vuelve a aparecer en el
horizonte la lírica de guitarra negra de Spinetta y en Room at the
botton los jinetes de la tormenta hacen su aparición, montados en
apocalípticos hammond y baterías cubiertas de polvo de Monegros.
Demasiados muertos en el camino, en Aragón no hay moteles, pero no
nos preocupa, esperaremos el siguiente autobús. Guitarras Johny
Marrs, ¿os he hablado de los hammond y el shot de whisky con el que
se anuncia el amanecer? Aromas de country-western, de arenas
trepidantes, el vodevil, apalabrando un bajo sobresaliente, un juego
de percusiones y bailes cruzados que muestran unos arreglos
imaginativos que remiten al paroxismo de Marc Bolan. Nos acercamos al
final y encontramos Shadows in the dust, un tema por el que Neil
Young hubiera vendido a todos sus caballos locos de los últimos
años. Penitencia y redención para el cierre con Sometimes, el
espíritu de Gram Parsons tras la puerta. Es hora de seguir viajando,
Odetta.
El disco de El Brindador tiene el sabor
de lo clásico, es como un almanaque de la historia no contada de la
música popular, con la mítica de las orquestaciones diminutas de
Rick Rubin, la ampulosidad de la psicodelia británica y el encanto
natural en la oscura inflexión de la voz de los grandes crooners
oscuros. Qué disco, dios mío.
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