Cuando no ha pasado ni un año pero
todo tiene pinta de más viejo, de antes de...escribe Nacho Escuín
en su vuelta a la poesía, como si de un traje que vuelto a poner
tras un tiempo te queda mejor incluso que antes, “a lo lejos el mar
también se destruye”, porque la destrucción y el cainismo es
parte de este libro. Una cita de Roger Wolfe que abre el texto, el
hombre que se asesinaba en los transportes públicos, y también una
cita de Supersubmarina. Escuín ha decido que usará los colores que
decida, mezclando fuera de canon, cogiendo de la moda lo que para él
es tradición. “No estar en ninguna parte/y en todas la vez/da
perspectiva” es un verso inequívoco de los años como político
que han pasado en la vida del poeta. Un poeta político o un
intelectual que trabajó para el pueblo, las definiciones valen casi
todas, pero “La mala raza” no es un libro político ni esta una
columna de opinión. Aquí hay belleza y la bilocación, aunque sea
de cuerpo y alma, es algo con lo que viven los poetas de este siglo y
del pasado. Me viene a la cabeza Vicente Muñoz como un beatnik del
calzado o los poetas-profesores que dejan que sus asignaturas se
introduzcan en sus versos como curiosos estudiantes. El café y la
ciudad. Dos temas clásicos en Escuín. Las fotos de las paellas y la
prensa que solo eran el descanso del guerrero, “quiero irme de
aquí/pero nunca me fui del todo”. Conocer al poeta hace que uno se
sienta más cómodo en sus versos “Y luego está la valentía del
que dejó de fumar para que yo la olvidara”. Recuerdo la casa junto
a la Romareda, estar sin tabaco y fumarme un pitillo que ya estaba un
poco pasado pero que te sabía a gloria. La guerra por la palabra,
por lo que es verdad y no importa, porque lo que importa es lo que
quieras escuchar, es bueno tener que obligarse a una lectura segunda,
escapar del ruido blanco que lo entorpece todo. Este libro de Escuín
es un libro escrito bajo un bombardeo, cuando ya no quedan parapetos
y los folios son la última de las protecciones. La segunda parte,
Portfolio, es un ejercicio de retratos y espejos, no sabemos si hay
realidad o es estándar, no importa, todos podemos tener una esquirla
de “La muchacha de la noche” o de “El hombre con los ojos
tapados” en nuestra propia manera de andar, generaciones que no se
dejaron marcar por las obsesiones de sus padres, Berlín, Brexit, el
ayer y el mañana, “Todo está en la infancia”-vuelve Vicente
Muñoz porque Vicente nos alimentó en los tiempos oscuros después
de las revueltas-, esas lecturas en bares que ahora parecen un poco
ridículas pero que nos acercaban a las estrellas del rock. “La
presión de leer un poema como si en él se terminase el mundo”,
Calamaro, Paco Umbral, los restos de un amor puntual y sus cenizas
moradas que sobre el oficialismo se niegan a ser recordadas.
Un punto y aparte. Una vuelta al atril
y las botellas de agua mineral del tiempo, el idioma de la ginebra se
apaga y es más difícil levantarse a las siete para ir a trabajar
que llegar a casa con los huesos impregnados en absenta.
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