Gabriel Sopeña es uno de los grandes. Nadie le puede toser como compositor de canciones y es uno de los más capacitados arreglistas y productores de la música española (no hay más que recordar sus distintos proyectos colectivos, Orillas, Una ciudad para la paz o el más reciente, Estaciones), además de ser un reputado poeta y doctor en Historia. Un currículum inmejorable con una sola espina: hacía mucho tiempo que Sopeña no tocaba con banda en un escenario zaragozano. Para muchos de sus fans la espera terminó el pasado sábado, en el coqueto escenario de la Ibercaja, rebosante de público y con una acústica perfecta.
Sopeña abrió el recital como se tiene que hacer: solo, armado sólo de guitarra acústica y poesía. Pero además los dos primeros temas fueron parte de ese cancionero sentimental con el que distintas generaciones de intelectuales, poetas y rockeros se han alimentado en estos últimos veinte años: Otro Lugar Bajo el Sol y Un corazón como tú. Colóquense en los años 90, los discos de El Frente, la pasión rockera... emociona escucharlas dos décadas más tardes en la voz pura y madura de Gabriel Sopeña. Después de este vistazo al pasado Sopeña cantó Salónica, un tema que compuso para la cantautora mallorquina María del Mar Bonet y que fue nominado en los Premios nacionales de la música a mejor canción en catalán. En esta ocasión Sopeña la tradujo al español y nos trasladó a la belleza crepuscular del Mediterráneo, con sus reflejos y su tradición. El siguiente tema fue Un fogonazo, un canto a la memoria, a las ilusiones perdidas, inmejorablemente interpretado por el muchacho de Casablanca, que tras años de carretera y armónica, vive su auténtica época dorado con el comienzo de esta década. Como propina antes del final de la primera parte del recital, un tema nuevo, que posiblemente se incluya en el nuevo disco solista que Sopeña planea, Desnudo. Por sentir es una canción antigua que sigue emocionando.
Después del primer interludio Sopeña apareció junto a Fletes en el cajón flamenco para interpretar Orillas, dedicándosela a Magdalena Lasala, poetisa, escritora, mujer dotada de una sensibilidad enorme y que, además, era parte responsable de la vuelta de Sopeña a los escenarios zaragozanos con banda eléctrica. A continuación, hermosísima versión de No volveré a ser joven, el poema de Jaime Gil de Biedma al que Gabriel puso música y que se popularizó en la garganta de Loquillo. Para ello Jaime Lapeña vertebró el tema con su violín, sustituyendo las armónicas originales con elegantes pinceladas surgidas de sus cuerdas. Era el momento de empezar con el rockandroll, bien entendido, latino, salvaje, eléctrico, un cóctel acompasado para el que Sopeña se acompañó de un puñado de músicos curtidos, cumplidores e imaginativos: el anteriormente comentado Fletes en la batería, Guillermo Mata al bajo eléctrico, Jorge Reverendo en la guitarra eléctrica solista y Foncho Casasnovas en la guitarra acústica, mandolina, percusión y voces. Precisamente fue el antiguo líder del Bosque el que casi masticó los versos iniciales de Promesas Rotas, el tema que popularizaron Mas Birras en su disco Tierra quemada del año 1992. Una versión escalofriante que sirvió para calentar a la banda que posteriormente atacó en la mejor tradición eléctrica de los Crazy Horse Mil kilómetros de sueños, el tema que daba título al primer disco solista de Gabriel Sopeña. La cosa subía de nivel con la interpretación de Cumbia de Luna, ardiente, nocturna, con un punto lúbrico de noche y ron. El último invitado de la noche fue Hernán Filippini, a la guitarra española, dando el contrapunto folk a la banda. Hernán fue capaz de emocionar justo cuando el recuerdo del gran Mauricio Aznar, líder de Mas Birras, se hizo más presente. Diez años después de la muerte del trovador aragonés, el hombre del tambor y la armónica, Sopeña se atrevió a recuperar dos temas inéditos que habrían conformado su primer LP juntos si no le hubiera sorprendido la muerte. La balada del matrero sonó fronteriza, latina, como si todo el sur de América se hubiera juntado para aportar un pedazo de su corazón. Antes del tema del matrero la banda interpretó La muñequita y el mar, una hermosa tonada compuesta por Foncho Casasnovas y dedicada a la hija de Sopeña. El fina, como no podía ser de otra manera, con otra canción escrita por Aznar/Sopeña, la ya inmortal Esta noche, con una letra espléndida, de final de escapada, de sueños rotos y esperas eternas.
No podía terminar así el concierto, faltaban los dos clásicos, las dos grandes melodías incrustadas en el imaginario colectivo aragonés, un Sopeña sobrio, ágil en las seis cuerdas, interpretó Cass, el poema de José Luis Rodríguez García que habla de la inmortal “chica más guapa de la ciudad” y casi sin solución de continuidad, Sopeña ataca los acordes de la más mágica de todas las tonadas, Apuesta por el rock and roll, muy fronteriza, casi pantanosa en su ejecución. Apuesta por el Rockandroll como definición de todos los sueños que florecen desde la pasión del rock. Un broche perfecto para una noche mágica.
Sopeña abrió el recital como se tiene que hacer: solo, armado sólo de guitarra acústica y poesía. Pero además los dos primeros temas fueron parte de ese cancionero sentimental con el que distintas generaciones de intelectuales, poetas y rockeros se han alimentado en estos últimos veinte años: Otro Lugar Bajo el Sol y Un corazón como tú. Colóquense en los años 90, los discos de El Frente, la pasión rockera... emociona escucharlas dos décadas más tardes en la voz pura y madura de Gabriel Sopeña. Después de este vistazo al pasado Sopeña cantó Salónica, un tema que compuso para la cantautora mallorquina María del Mar Bonet y que fue nominado en los Premios nacionales de la música a mejor canción en catalán. En esta ocasión Sopeña la tradujo al español y nos trasladó a la belleza crepuscular del Mediterráneo, con sus reflejos y su tradición. El siguiente tema fue Un fogonazo, un canto a la memoria, a las ilusiones perdidas, inmejorablemente interpretado por el muchacho de Casablanca, que tras años de carretera y armónica, vive su auténtica época dorado con el comienzo de esta década. Como propina antes del final de la primera parte del recital, un tema nuevo, que posiblemente se incluya en el nuevo disco solista que Sopeña planea, Desnudo. Por sentir es una canción antigua que sigue emocionando.
Después del primer interludio Sopeña apareció junto a Fletes en el cajón flamenco para interpretar Orillas, dedicándosela a Magdalena Lasala, poetisa, escritora, mujer dotada de una sensibilidad enorme y que, además, era parte responsable de la vuelta de Sopeña a los escenarios zaragozanos con banda eléctrica. A continuación, hermosísima versión de No volveré a ser joven, el poema de Jaime Gil de Biedma al que Gabriel puso música y que se popularizó en la garganta de Loquillo. Para ello Jaime Lapeña vertebró el tema con su violín, sustituyendo las armónicas originales con elegantes pinceladas surgidas de sus cuerdas. Era el momento de empezar con el rockandroll, bien entendido, latino, salvaje, eléctrico, un cóctel acompasado para el que Sopeña se acompañó de un puñado de músicos curtidos, cumplidores e imaginativos: el anteriormente comentado Fletes en la batería, Guillermo Mata al bajo eléctrico, Jorge Reverendo en la guitarra eléctrica solista y Foncho Casasnovas en la guitarra acústica, mandolina, percusión y voces. Precisamente fue el antiguo líder del Bosque el que casi masticó los versos iniciales de Promesas Rotas, el tema que popularizaron Mas Birras en su disco Tierra quemada del año 1992. Una versión escalofriante que sirvió para calentar a la banda que posteriormente atacó en la mejor tradición eléctrica de los Crazy Horse Mil kilómetros de sueños, el tema que daba título al primer disco solista de Gabriel Sopeña. La cosa subía de nivel con la interpretación de Cumbia de Luna, ardiente, nocturna, con un punto lúbrico de noche y ron. El último invitado de la noche fue Hernán Filippini, a la guitarra española, dando el contrapunto folk a la banda. Hernán fue capaz de emocionar justo cuando el recuerdo del gran Mauricio Aznar, líder de Mas Birras, se hizo más presente. Diez años después de la muerte del trovador aragonés, el hombre del tambor y la armónica, Sopeña se atrevió a recuperar dos temas inéditos que habrían conformado su primer LP juntos si no le hubiera sorprendido la muerte. La balada del matrero sonó fronteriza, latina, como si todo el sur de América se hubiera juntado para aportar un pedazo de su corazón. Antes del tema del matrero la banda interpretó La muñequita y el mar, una hermosa tonada compuesta por Foncho Casasnovas y dedicada a la hija de Sopeña. El fina, como no podía ser de otra manera, con otra canción escrita por Aznar/Sopeña, la ya inmortal Esta noche, con una letra espléndida, de final de escapada, de sueños rotos y esperas eternas.
No podía terminar así el concierto, faltaban los dos clásicos, las dos grandes melodías incrustadas en el imaginario colectivo aragonés, un Sopeña sobrio, ágil en las seis cuerdas, interpretó Cass, el poema de José Luis Rodríguez García que habla de la inmortal “chica más guapa de la ciudad” y casi sin solución de continuidad, Sopeña ataca los acordes de la más mágica de todas las tonadas, Apuesta por el rock and roll, muy fronteriza, casi pantanosa en su ejecución. Apuesta por el Rockandroll como definición de todos los sueños que florecen desde la pasión del rock. Un broche perfecto para una noche mágica.
1 comentario:
Fue un búm por lo que leo, O. Menos mal que tenemos tu crónica para los que no pudimos acudir. Si hablas con Gabriel, le das un abrazo de mi parte, pues últimamente ni me escribe, ni me llama, ni...
Otro para ti.
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