lunes, 8 de abril de 2019

15 Canciones De Amor, Barro Y Motocicletas de Miqui Puig&ACP (elsegell,2019)




Quince canciones en un disco. No sobra ninguna. El metraje correcto: Comic, cuando quedaban quince años para el 2000, antes de la mano de Dios, antes de Rompepistas, con los maxisingles a modo de escudo y la garganta de Pino d´Angio avisando que todavía está lo mejor por llegar. Miqui Puig se abre desde el principio, Miqui Puig colecciona los cortes mejores y los monta en un scalextric imposible , fraseos en mil idiomas, tambores y ritmos, ven que te lo explico otra vez: Montjuic es una canción diez, de belleza estremecedora, para bailar despacio, para acunar los sueños que están por venir: los arreglos a lo Bowie 1983, el corte de Weller fumando negro sobre traje blanco en un reservado de la Diagonal. Conocíamos Raros como primer corte, robots políticos en la cadena de montaje, funcionando a pleno rendimiento. Vamos con Hunos a por el segundo diez de la noche, ensayo sobre los singles perdidos, sobre los cacahuetes para cenar, las voces que no saben elegir pañuelo o corbata, ¿os acordáis de los bares con nombre de cantantes? Íbamos al baño y salíamos más limpios para sorpresa de todos, los botines se deslizaban sobre una mezcla guitarras y suciedad. Estábamos vivos, habíamos aprobado asignaturas básicas, Graduado, como Robert Mitchum y sus discos de Calypso, Desmond Dekker y sus israelitas y Deborah Harry llevándonos de la mano a mojar los pies con la marea. Esas guitarras de Ola, esa sección rítmica, abraza Miqui Puig el soniquete medio macarra, como esas canciones que se compraban en pesetas y uno llevaba apretadas fuerte a su pecho, ese bajo muy de los Pistones, esa suavidad que llega hasta Plum Cake, que acerca el disco a la nacional que une San Sebastián con el Ampurdán, dos mares y entre medio un teclado y unos coros que suscriben que Miqui tenía que seguir contando historias básicas, Plata, una letra original que es Miqui Puig puro, amanuense en Plata Miqui Puig bebe del Mediterráneo que tan bien conoce, cerca de Catania, buscando al pie de volcanes extintos el recuerdo de los que siguieron a Franco Battiato hasta el final. Chill Out es un momento de respiro, de pasar la mano por las estanterías y quitar el polvo de discos que hace demasiado tiempo que no escuchas, una carta de amor convertida en tonada, Miqui abraza solo a quien lo merece, ella tiene nombre, él se disculpa, Jarvis y Richard, Burruezo y Carnicer, tan bello que duele ¿Delicado en el dolor? Amantísimo compañero en el viaje, santificado el sintetizador, vuelve a la pista de baile en Karaoake, ¿sonido Filadelfia con una letra hermanada con el universo literario de Diego Vasallo? Percusiones, masculinidad bien entendida, las coderas desgastadas por el liquido que lloran los vasos al calentarse. Continuamos llevando la paleta a colores que nos son conocidos: Max ilustrando las historias de Juan y del Tonto Simón, la gabardina que llevaba Miqui en aquella fábrica cuando cantaba canciones de John Foxx acabará en la espalda del protagonista de Sobretodo, con las voces femeninas que nutritivas nos llevan, salmódicas, hasta Tinta, confesional y delicada, ¿Podría un bajo así entrar en una canción política? ¿Podría aparecer Chic en una canción con la palabra fascista en su letra? ¿Es la primera vez que Cohen aparece en la obra de Puig? Nunca olvidemos que tuvo su momento partizano y spectoriano. Transición de gitanes y arreglos de Gainsbourg from Loveonthebeat y llegamos hasta Casino Classic, el Miqui más Miqui, dos contra el mundo, funcionando a todos los niveles, teclados como relámpagos en mitad de la canción, motocicletas que suenan como violines, barro y trompetas (en Flandes lo llaman chocolate) y en RegolarItà ecos de danza, clubes que nadie recuerda, fotos de carnet donde no nos reconocemos, los mejores arreglos del norte de Barcelona. Extrañabas las viejas historias de cuando Miqui escribía cartas, cuando nos decía: “Escápate, un solo día.”, como cuando dejamos el tabaco porque el amor había llegado. En las páginas modernas dicen que el estribillo es perfecto, que Doulton es suya, que el barniz sintético es el color con el que se pintaba las uñas Sandie Shaw. No diré yo que no, hijo mío, este señor es mi amigo y no tenía que preguntar por el nombre de las calles porque las calles eran todas suyas.

¿Ha cantado alguna vez mejor Puig? ¿Ha elegido mejor los samplers y las percusiones? ¿Son quince canciones suficientes para completar tres décadas? Lo único que es gris es el Cantábrico y la sed que deja la lengua cuando el vino abandona. Miqui Puig sigue escribiendo la novela de nuestras vidas con anécdotas que son solo suyas. Esos arreglos, las teclas, los ritmos, enhebrando con el ojo tuerto por la aguja que mejor atrapa el tejido. Con gusto y con calor, de té y limón. Para todo lo demás, elijan a Puig, elijan seguir el camino correcto, las libretas con letra apretada, las fotos en blanco y negro, los sombreros y los cortes de pelo, aquel sitio en el que pasamos una buen tarde. Ven, sigue igual. Quizá mejor.

martes, 2 de abril de 2019

Mil demonios EP de Mil demonios (Autoeditado, 2019)





El debut de Mil Demonios es un EP de siete temas con inequívoco sabor clásico. Y es que de casta le viene a los galgos que forman la legión: por un lado, en la guitarra solista, Fernando Navarro, clásico de la escena aragonesa desde antes de que fuera escena y que compagina este con su banda madre, Los Modos (amén de otras mil presencias en directo y colaboraciones) y en la rítmica y voz, Jorge Martínez, conocido habitante del este del Moncayo que además de líder y compositor de Despierta McFly hace poco debutó como poeta a través de la editorial Olifante. Mil Demonios comenzó como un grupo de versiones de a dos, un dúo que revisaba con gusto canciones de sangre y carretera, de luz y oscuridad, de madrugadas baldías. Resto de aquello es la versión exquisita de Esta noche de los 091 incluida en el disco, alimenticia y mesiánica, escalofriantemente bella. A veces uno no cree posible extraer más jugo de la flor del recuerdo, pero aquí el terreno conocido devuelve barro de experiencia. De dos han pasado a banda completa para una disco de temas propios. La banda base, con una sección rítmica de lujo, Guillermo Mata en el bajo y Carlos Gracia en la batería, rock resolutivo para un tren que se mueve a distintas velocidades: el pop energético de Arcadia, con un fraseo marca de la clase, que gestionan un texto sobresaliente apoyados en los deslizantes teclados del productor, Cuti. Las percusiones con las que se abre Mustang 72 susurran al oído el recuerdo de la tierra quemada que dejó tras de sí Mauricio Aznar, voces empastadas, conversos del rock cuando uno entiende que las décadas son nutritivas (quizá rechina un poco los coros hooligans que aparecen en mitad del tema, pero eso ya son gustos personales). Hattori Hanzo puede funcionar como entretenimiento punk ibérico pero parece un poco sacado de contexto en la temática del disco, tanto en lo formal como en lo estilístico. Satélites hereda la sapiencia pop del compañero de Fernando en los Modos, Michel Gracia, y el nylon abrasa con gusto, pasando del hedonismo culpable a los coros y los solos, en esa mezcla de Elegantes y incluso la dupla melódica Puente/Vinadé cuando son más prosaicos. En Malditas películas no hay duda desde el principio, el desierto de Monegros no se detiene en ninguna de las paradas, vacíos de Lorca y Kerouac, que aparezcan dos lunas en la letra de la canción, me llevan a la época en la que uno soñaba con que los Proscritos de Jose Lapuente nos salvaran. Canción fundamental en el proyecto Mil Demonios, que mezcla lo mejor de los dos mundos en herética unión, bourbon y botines, gafas de pasta y chupas de cuero. El final con Quise ser dios, nos devuelve a la dualidad, cielo e infierno, un Jorge Martínez sobrado de voz, las guitarras y las teclas dando colchón a los estribillos, un tema que atestigua la realidad de una banda que es mucho más que la unión de dos colegas plenos de talento y gusto musical.


Un disco de factura perfecta, con todo lo bueno y lo malo que esto tiene, uno no encuentra fallos en esta primera entrega de Mil demonios pero se queda con las ganas de un poco más de pantano y suciedad en la próxima remesa de canciones, pedales de metal y hammond, recemos por ello.

Maravilloso por cierto la versión física de la grabación, con un elegante diseño de Pío Lázaro e ilustraciones de Guillermo García que hace muy apetecible adquirir el disco como objeto analógico de culto.