Un sonido pulcro, una luminosidad
contenida entre las manos, Calavera destila su sonido una y otra vez,
en un alambique sonoro donde tienen cabida instrumentos orgánicos y
sintéticos, mezclados con gusto y complacencia. Es su primer LP, su primera grande.
El trabajo en las voces, desde lo
minimal y robótico como en Esqueleto pasando por la luz incidente de
Cielo nocturno, es un notable, añadido a los ambientes sin grumos,
intensidades que hablan de cuerdas, cuerdas que llevan a la cima. A
veces se manejan en ecos que devuelven a los Spinetta Jade, otras
veces los sintetizadores levemente crapulosos de temas como Tres
funcionan en los paisajes oníricos donde transitaba la Dama se
esconde, en Sobre todas las cosas se acercan al esquematismo lírico
y la celebración de los espacios de los Kiev cuando nieva en una
sorprendente revisión de lo confesional.
Y de pronto cuando uno no sabía qué
esperar, las percusiones imposibles con la que se desgarra Tras el
cristal, nos devuelve la intensidad llameante y mutada de los
Standstill de La risa funesta.
La fuerza de las cajas de ritmo que
sostienen Museo, abrazan la dulzura para eliminar lo opaco de cada
corazón, en un tema que expande lírica y melodía en un bucle, una
cinta de Möbius, una vuelta a los años de cassettes de Sebadoh.
Un tema como Miranda, con un punto
fabulador, atenaza en el bajo y sigue con el buen gusto en las
programaciones para terminar siendo el mejor momento del LP, un LP
con canciones notables por otro lado.
En Calavera uno encuentra manchas
sonoras que se adentran en tu mente, avanzan en el sistema vegetativo
y terminan dirigiendo cada una de tus sinapsis. Así La vuelta a casa
es un broche de hermetismo calculado que termina llevándote de nuevo
al comienzo. Lógica preposicional, no propone, sitúa, para esta
maravilla de lo refinado.
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