Le pregunto a David Mayor
(poeta, editor y crítico literario) para que nos dé una perspectiva
de la Zaragoza de entonces: No recuerdo muy bien dónde pude
escuchar el disco por primera vez. Supongo que en el Fantasma, ni el
Interferencias ni el Blues -donde uno paraba bastante- pinchaban al
Niño Gusano. Puede que en el Central. Entonces yo escuchaba... a ver
qué recuerde... aparte de lo de siempre... jazz, soul, música con
retrovisor hacia los sesenta y setenta, Paul Weller a saco con lo que
implica de variantes del mundo moderno alrededor, quizá más rock
grasiento que ahora, quizá menos pop blandito, cada vez más garaje,
algo de psicodelia, sonido manchester a saco que era lo propio, el
inevitable Britpop, el inevitable indie norteamericano, no sé... y
entre todo esto el Niño gusano encajaba como un guante, y aumentaba
mi cuota de psicodelia, pero una psicodelia divertida y de tres
minutos, sin que se les fuera la cabeza, una psicodelia literaria a
lo Boris Vian. A Sergio lo conocí antes de su primer libro 'Envolver
el humo'. Me lo presentó Fernando Andú. Lo íbamos a visitar y a
tomarnos algún cóctel a un bar en el que trabajaba cerca del paseo
Teruel. Ahora no recuerdo el nombre. Hablábamos de poesía sobre
todo. Luego otro amigo común, Óscar Sanmartín, hizo la portada del
libro.
Conversamos con el crítico
musical, fanzinero y pinchadiscos Julio A. Cuenca que nos da una
semblanza de la época: En 1996, año en el que salió el disco, yo
terminaba la carrera y entraba a cumplir con el servicio militar. He
de reconocer que entonces estaba por otras cosas y no le hice
demasiado caso ni al Niño Gusano ni al indie en general. Lo que me
motivaba era la electrónica y otras cosas más mundanas. Salir
salía, el Central, el Shaman, el Sacher o el primer Fantasma de los
Ojos Azules. A Sergio Vinadé, propietario en su día del bar,
siempre lo recodaba como “el croqueta” por una divertidisima
anécdota que contó en el videofanzine “Republica Tensión”
sobre una croqueta caliente hasta parecer salida del infierno más
que del microondas. Me gustaba mucho su humor y esa aparente dejadez
y facilidad con lo que hacían todo, más creo de cara a la galería
que en la realidad. Las letras de Sergio Algora en un principio me
parecían simples pero con las escuchas me parecen brillantes,
alegorías y locuras a partes iguales. Mi relación con El Niño
Gusano empezó de una forma tangencial, es decir, por terceras
personas. Los descubrí cuando un gran amigo, José Luis Lizano,coautor por entonces del fanzine 17 Posturas, los entrevistó yademás participó como tercera pata de la productora en la grabacióndel vídeo de “La Mujer Portuguesa”. También por Oscar
Sanmartín, amigo del gran Ernesto Frías, al que conocía gracias a
su pasión por la música electrónica. Aún recuerdo algún boceto
en su estudio de famosas portadas como por ejemplo la señalada “El
efecto lupa”. Y también por salir en la “competencia”, el
periódico “El Pez que todo lo ve”, cuando mis compañeros y yo
estábamos imbuidos en nuestra pequeña revista “La Nota
Discordante”.
El escritor y compositor de
Tachenko, Sebas Puente nos da su visión particular: Daban a la
ciudad el toque gamberro que, creo, le faltaba en ese momento
(demasiada épica por aquel entonces...). Esto último lo añado
desde la ignorancia, claro: yo aún era muy joven para poder
apreciarlo. De aquí, yo siempre los he asociado (porque los escuché
a la vez) con Los Planetas, Chucho, y Manta Ray. Luego, tenían el
punto gamberro e irreverente que te he comentado, pero eran ellos
quienes me prestaban los vinilos de Mas Birras o Mestizos (es decir,
que más allá de su actitud, eran ellos quienes controlaban el
asunto...).
Hablamos con Javier Almazán,
alma máter de Copiloto, que nos cuenta el primer impacto de El Niño
Gusano en su vida: Por supuesto que había oído hablar y había
leído cosas sobre ellos. Pero no los había escuchado. El día que
descubrí a El Niño Gusano estaba en mi habitación, como tantas
otras veces, haciendo como que estudiaba mientras oía la radio. Y,
como tantas otras veces esa temporada, estaba escuchando “Disco
Grande”. Fue entonces cuando Julio Ruiz pinchó (¿todavía se
puede usar el verbo “pinchar” al hablar de poner música?)
“Sobrinito” y, suena exagerado, lo sé, mi forma de entender las
canciones se abrió y cambió. Sonó esa canción, “Sobrinito”, y
caí para siempre a los pies inexistentes de El Niño Gusano. Esa voz
de Algora (que “no es que desafine, es que da todas las notas a la
vez”), esos coros de Vinadé (siempre que cantaba –y canto- por
casa las canciones de El Niño Gusano acabo haciendo esos coros
contagiosos de Vinadé), ese coro de niños, ese acelerón de
Perruca, ese parón, ese silencio y Algora de nuevo… Y esos versos
“no pesa más de un gramo todo lo que amo”… Tío, esto era otra
cosa… Y era acojonante.
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