La noche de los viernes siempre da
hambre. Hambre y sed. Un vacío inexplicable y que, conforme pasan
los años, más cuesta aliviar. Canciones y recuerdos suelen ser
buenos sucedáneos para engañar al estómago del alma. Christina
Rosenvinge abrió unos pocos minutos después de las diez. Estábamos
hambrientos, repito.
La noche del viernes venía con hambre
atrasada. Hambre de la Rosenvinge más eléctrica. Una banda que
marcaba las aristas con la brillantez del que sabe manejar el cincel
y el susurro en mitad de la tormenta que se convertía en aullido
cuando era necesario. Christina Rosenvinge es una seductora nata y
cuando toca el teclado parece tan enfadada y seria como Nick Cave. Me
dices que no nombre a PJ Harvey y no lo haré. No la escucho hace
años, prefiero a Anita Lane y prefiero a Nico. Pero todo es
demasiado fácil. Uno no puede estar hambriento y comer pan de molde.
Se acaba la saliva antes que el apetito. No trataré de ordenar el
repertorio. Casi todo fue parte de Lo nuestro. No hubo miradas al
pasado y eso me dejó encendido. No sé qué es el pasado. El pasado
es el escenario donde se disfrazan los recuerdos. El presente son las
calles por donde camina el Pobre Nicolás o las de Romeo y los demás.
Ayer era una tormenta olvidada y hoy es la canción para Aracne y la
madre de Telémaco, ayer Carlos Gardel y Baudelaire y mañana la
Absoluta nada.
Un batería contundente, eficiencia en
la guitarra y el doble bajista/sintetizador que manejaba a su antojo
los burbujeos ácidos que pedían canciones como La muy puta, rozando
el spoken word en la onda de Lydia Lunch. Sentidos y notables. Dicen que hace frío ahí fuera. No mentían.
El bis para el Liquen.
¿Estás triste por algo, Octavio?
Alguien tendrá la culpa.
Había una canción. Se llamaba como el
libro. No la tocó. Hay tantas canciones que se llaman como libros.
Un público heterogéneo en la noche
del viernes en Las Armas: el editor, crítico y escritor Fernando
Sanmartín, el profesor y poeta Enrique Cebrián, la periodista y
novelista Aloma Rodríguez o músicos como Javier Almazán (Copiloto)
no se quisieron perder el recitar de una musa que se reinventa década
tras década.
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