El debut de Mil Demonios es un
EP de siete temas con inequívoco sabor clásico. Y es que de casta
le viene a los galgos que forman la legión: por un lado, en la
guitarra solista, Fernando Navarro, clásico de la escena aragonesa
desde antes de que fuera escena y que compagina este con su banda
madre, Los Modos (amén de otras mil presencias en directo y
colaboraciones) y en la rítmica y voz, Jorge Martínez, conocido
habitante del este del Moncayo que además de líder y compositor de
Despierta McFly hace poco debutó como poeta a través de la
editorial Olifante. Mil Demonios comenzó como un grupo de versiones
de a dos, un dúo que revisaba con gusto canciones de sangre y
carretera, de luz y oscuridad, de madrugadas baldías. Resto de
aquello es la versión exquisita de Esta noche de los 091
incluida en el disco, alimenticia y mesiánica, escalofriantemente
bella. A veces uno no cree posible extraer más jugo de la flor del
recuerdo, pero aquí el terreno conocido devuelve barro de
experiencia. De dos han pasado a banda completa para una disco de
temas propios. La banda base, con una sección rítmica de lujo,
Guillermo Mata en el bajo y Carlos Gracia en la batería, rock
resolutivo para un tren que se mueve a distintas velocidades: el pop
energético de Arcadia, con un fraseo marca de la clase, que
gestionan un texto sobresaliente apoyados en los deslizantes teclados
del productor, Cuti. Las percusiones con las que se abre Mustang
72 susurran al oído el recuerdo de la tierra quemada que dejó
tras de sí Mauricio Aznar, voces empastadas, conversos del rock
cuando uno entiende que las décadas son nutritivas (quizá rechina
un poco los coros hooligans que aparecen en mitad del tema,
pero eso ya son gustos personales). Hattori Hanzo puede funcionar
como entretenimiento punk ibérico pero parece un poco sacado de
contexto en la temática del disco, tanto en lo formal como en lo
estilístico. Satélites hereda la sapiencia pop del compañero
de Fernando en los Modos, Michel Gracia, y el nylon abrasa con gusto,
pasando del hedonismo culpable a los coros y los solos, en esa mezcla
de Elegantes y incluso la dupla melódica Puente/Vinadé cuando son
más prosaicos. En Malditas películas no hay duda desde el
principio, el desierto de Monegros no se detiene en ninguna de las
paradas, vacíos de Lorca y Kerouac, que aparezcan dos lunas en la
letra de la canción, me llevan a la época en la que uno soñaba con
que los Proscritos de Jose Lapuente nos salvaran. Canción
fundamental en el proyecto Mil Demonios, que mezcla lo mejor de los
dos mundos en herética unión, bourbon y botines, gafas de pasta y
chupas de cuero. El final con Quise ser dios, nos devuelve a
la dualidad, cielo e infierno, un Jorge Martínez sobrado de voz, las
guitarras y las teclas dando colchón a los estribillos, un tema que
atestigua la realidad de una banda que es mucho más que la unión de
dos colegas plenos de talento y gusto musical.
Un disco de factura perfecta, con todo
lo bueno y lo malo que esto tiene, uno no encuentra fallos en esta
primera entrega de Mil demonios pero se queda con las ganas de un
poco más de pantano y suciedad en la próxima remesa de canciones,
pedales de metal y hammond, recemos por ello.
Maravilloso por cierto la versión
física de la grabación, con un elegante diseño de Pío Lázaro e
ilustraciones de Guillermo García que hace muy apetecible adquirir
el disco como objeto analógico de culto.
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