Todos podríamos haber sido Da Loma
pero no aprovechamos la oportunidad. Solo los que bordean el abismo
pueden permitir que sus primogénitos recojan golosos la absenta que
se evapora de tus ojos.
El espejo abre el disco con un trote
psicótico y confesional, unos ritmos casi psicobilly, la rítmica
esquizoide de Suicide, como cuando a Josetxo le daba por escupir en
español, Del revés es una de las cumbres del LP, tóxico como las
cenizas de un dios olvidado, enumerar los peores vicios permitidos
por una sociedad en la que todos chapoteamos desde que a la música
le ponían nombre las décadas, lúbrico como la manera en la que
engrasaban las agujas en Detroit. El disco de Da Loma tiene algo de
postmodernidad bien digerida, con El amor, la fuerza y esos lúcida
mezcolanza de carta de amor a Mada Jade , en uno de los pocos
estribillos pop de amanuense (silbido y percusión de nova cansada)
que encontramos en el disco, porque Da Loma es una sucesión de
polaroids tomadas de resaca nada amables, como En el festival, trajín
de años, samplers del revés, guitarras que escuecen, madurez mal
entendida, sirenas que repican la jaula con las puertas abiertas que
trata de atar con pulseritas de colores la juventud. Nunca más es un
interludio acústico, de serenidad acústica, en la que sobrevuelan
retazos sintéticos sobre melodías. Con De Madrid al suelo podríamos
nombrar a los Ornamento y Delito, pero sería demasiado fácil, yo me
entrego más hacia Las Ruinas o ese fraseo de a lo Lou Reed que solo
mejora Rafa Berrio pero él lleva mucho más tiempo castigando su
alma. La parte lúdica, casi el guiño, como si los Parálisis
Permanente tuvieran estudios, ese espejo rajado donde se reflejaría
autosuficiencia y que es Fin de Semana. Le hemos dado la vuelta al
vinilo hace rato y aparece una voz, una segunda voz, una cómplice
que ayuda emparentando T_A_M con algunos de esos temas redondos con
un punto sádico como los que elucubraba el Javier Almendral de Soy
un enfermo y nunca dejaré de serlo. Da Loma, un disco político, un
disco contemplativo, un diario que tiene momentos ligeros como Tus
mentiras, con esos arreglos para el domingo por la mañana, vaporosos
dibujos sobre el telar de la vida, el cierre es Libro de estilo,
quizá el más confesional de los temas del disco, como si El Ángel
bajara y volviera a juntar a la banda, como si le hubieran pedido una
canción para cerrar uno de esos bares que llevan muchos años
cerrados, la última canción en un local vacío.
Da Loma tiene un pasado, como todos,
pero el suyo está lleno de buenas historias, de saber esperar, de
cocer en marmitas lentas las especias más extrañas. Da Loma vio
cómo pasamos de la grapa a spotify, del scalextric a la PS4, vio
como Ranaldo afinó su guitarra y como Sergio Algora tocó en radio 3
con una sola cuerda. Un disco que destila belleza, poco más se puede
decir.
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