Hashima entrega su primer larga
duración. Una banda sin matices que juega con el blanco y negro con
la autoridad de los años. Un trabajo muy esperado.
El disco se abre con fuerza, Tirano, un
requiebro que se acerca al punk mientras las guitarras compran fichas
y más fichas en la montaña rusa. A continuación Trece besos
demuestra que desde su cara huraña, Hashima tiene el manual de
instrucciones del medio tiempo muy bien aprendido, con esa rasmia
medio funk que lo acerca a bandas como Divididos. Volvemos a acelerar
el ritmo con Lucho, amaestramos el cierzo con La hora del huracán y
damos la vuelta al vinilo con un regalo exquisito, casi mesiánico:
la revisión burbujeante y brumosa de Realidad de Los Módulos, con
el espíritu de Jesús De la Rosa en escalofrío presente. Unos
terrenos de angustia exquisita que nos llevan hasta uno de los
mejores temas del disco Un fuego azul. La percusión en cónclave
perfecto con el corazón, la voz de Luis elevándose sobre el mantra
antes de morder en la yugular de las cuerdas. La opiácea Paraíso
nos conduce de manera espasmódica hacia el letargo momentáneo de
Loto para terminar con la contundencia debida en una canción de
rabia y sueño, una biografía parcial de unos tipos que han hecho de
la honestidad su bandera, Y todos duermen.
Hay una formación básica, una manera
de ver las cosas. Hay electricidad y hay ritmo, hay trepidación y
gusto. Hashima apalabra una pelea con la vida. Y salen inmunes.
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