Una noche de Octubre, una noche de domingo, una noche de garganta quemada por la fiebre y los ojos encendidos de tanta nicotina. Una noche perfecta para ver a Abraham Boba. Boba escribe sus canciones mezclando tardes sentado en un banco con el sonido de las hojas pisadas por los desconocidos, es un cómputo global que engloba habitaciones vacías y los personajes que aparecen en los cuadros de Luis Díez.
Abraham Boba presentaba el pasado domingo en la Lata de Bombillas su primer disco, construido a base de violines, pianos e historias de una inmensa cotidianidad. Te sientes cómodo en las canciones de Abraham Boba, no son un canto estúpido a los más tristes tópicos de las roadmovies yanquis (¿me escucha señor González?) ni una exaltación repetitiva de los vicios y los días consumidos (¿Y usted, señor Vegas?), son emocionantes polaroids de un tipo que entiende bien sus influencias (vamos a lo evidente: Tindersticks, Gainsbourg, Mick Harvey, algo del Tom Waits más accesible y el Cohen más melódico) y las adapta a sus raíces españolas. En directo tocó Turista, Campos Magnéticos o mi preferida, aquella que habla de las Hermanas Sánchez y sus extraños inventos, tocó también temas que van a ir en el disco nuevo, cambiando entonces el piano por la guitarra acústica –la banda se completaba con batería, bajo, violín y esporádicos coros femeninos- y con ese material inédito siguió emocionando y eso, eso es muy difícil. Títulos como Habitaciones, Rita o Hagamos algo antes de morir seguían suministrando un buen caudal de aire de hotel apartado y en soledad.
Y encima terminó solo al piano haciendo el Aleluya de Cohen, vía Fernando Alfaro. Y eso son palabras mayores. La próxima vez que venga, acudid, no os arrepentiréis.
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