El argentino Nico Cassinelli nos presenta su primera producción solista desde que se radicó en España. En Zaragoza concretamente desde el 2007. Y nos entrega un disco dolorosamente hermoso, donde la instrumentación arrastra unos textos que se mueven entre lo gris y lo diario, entre el amor íntimo y el recuerdo. Un disco muy por encima de la media que empieza con los aromas de la elegancia setentera de Invisible y los momentos más lúcidos de Charly García (mezclen algo de lo más accesible Máquina de Hacer Pájaros y Serú Girán) para la hipercandombe de Septiembre. Así se abre el disco. Ella pasa es el segundo corte, parece prima hermana de Laura va de Almendra con un punto más luminoso de destilación eléctrica. El lado del viento trae un órgano deslumbrante, como un pájaro que se eleva sobre una mínima programación, cercano a los cantautores de las dos mitades del Río de la Plata, esos que juntan sus guitarras de palo con los samplers. Yeyé es pop, construido sobre esos menos de tres minutos que marca la norma, un quiebro para escapar de la melancolía, con un poco de ragga y picotazos de guitarra, y llevarnos de camino hacia Mi Jardín, de nuevo el piano y el efluvio jazzy, la marca en el pasaporte, la lírica de Spinetta, Fundación nos regala más de seis minutos de desarrollo instrumental punteado por una letra de inspiración bossa, otoñal en la contemplación del paisaje, Constitución de noche ahoga el bandoneón en la narración costumbrista, una polaroid experimental. Como nuevo en tu lugar quizá peca algo de continuista dentro del disco, para volver al Clavel del aire, de nuevo es la fusión entre lo orgánico y lo digital, entre la pereza y las cuerdas, para elevarse al modo de Baglietto cuando llega el momento. Ángel del Pilar tiene un texto maño, los ojos distintos, la vida de otro capturada en un momento, es hermoso escuchar este tipo de canciones. Ojos rojos pivota entre el mejor Pedro Aznar y las canciones de habitación de hotel de Fito Páez (hasta el título remite a un tema del disco Naturaleza Sangre del rosarino). El disco se cierra con una miniatura de guitarra y voz, Sara, como post-data, como penúltimo regalo.
Olvídense de rock sónico o mezcla tribal de los combos de músicas del mundo. No se fíen de los que hablen de Drexler, la guitarra negra del flaco, del hombre de Jade, está mucho más presente. Nico Cassinelli entrega un disco casi perfecto, en producción, composición y arreglos, un disco confesional, calmado, de los que es muy difícil encontrar en Aragón. Hermoso, simplemente hermoso.
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