Lleno en Bodegas Almau. Y es que la ocasión lo merecía, CAB (compañía aragonesa del bluegrass) revisaban el cancionero de la banda más grande que esta región nuestra jamás haya dado. Y los de la compañía eran gente de nivel: Cuti (miembro fundador de Los Dynamos y hasta hace unas semanas teclista de los Trogloditas) en voces, ukelele y banjo, Jorge Reverendo (Reverendos, banda de acompañamiento de Javierre y cien proyectos en los que la única cosa imprescindible sea el buen rockandroll) en mandolina, puntuales acústicas y coros, Guillermo Montañés (Gandules, Berzas y Los Cármenes) en la solista eléctrica, Carlos Gracia (Staff, Dos Lunas, Gonzalo Valdivia...) en semibatería y Guillermo Mata (imposible enumerar las formaciones y combos donde Mata ha colaborado, en realidad, el cuatro cuerdas más versátil de la ciudad) en el bajo y como capitán y santo y seña el gran Gabriel Sopeña en voces, acústica y armónica.
Empezaron muy fuerte con Maldita sea mi suerte y el estruendo casi hizo dinamitar los ya precarios cimientos de los edificios del Tubo. Todos sabíamos que estábamos viviendo algo absolutamente histórico, por las canciones y por la banda que las interpretaba. Cuatro, cinco, cien generaciones en comunión berreando aquellas letras que han servido de santo y seña al sentimiento aragonés, al country de Monegros, a las noches en las que se mezcla el desengaño, la esperanza y las cervezas calientes apagando las cenizas de los cigarrillos. No es una cuestión de sonoridad ni de referencias, las canciones de Mauricio Aznar -y de Gabriel Sopeña, claro- van más allá de la pura técnica compositiva, son material para tejer sueños y devolver recuerdos que cada uno ha ido depositando lentamente entre los pliegues de la memoria. Hicieron Loreto, claro y Tren de Medianoche mezclado con Mystery Train de Elvis Presley y tocaron Moliendo Café e hicieron vibrar gargantas y cuerdas que como violines sobre la piel despellejaban las pieles de los años. Tocaron The Man in me de Bob Dylan porque antes habían hecho El Hombre del Tambor y la Armónica, porque la electricidad cae como mercurio sobre las capotas de los coches, porque todos quisimos besar a las mujeres que se llamaban Isabel, porque todas las chicas quisieron una vez ser las más guapas de la ciudad, porque todos tenemos en las venas los restos de alcoholes mal digeridos como cura para la locura. El blues del tiempo de verano, con Sopeña estirando las venas de su cuello como tensos acordes que golpean las puertas del cielo una vez que la carretera se termina y uno no encuentra ninguna señal adecuada en la siguiente intersección. Jorge Reverendo estuvo impresionante en la mandolina, un hombre, un músico de esos que conoce cómo debe caer la lluvia, cómo son las ceremonias que rinden devoción a la Virgen de los Pantanos en pleno bayou, también Carlos Gracia, de pie, con el ricino goteando por su frente, aporreando el ritmo del ferrocarril para que ninguno nos quedáramos en tierra. Guillermo Montañés volvió a demostrar que la eléctrica y él son uno y como siempre me dejó apenado, pensando en ese inmenso potencial que tiene y que, en mi opinión, desaprovecha en parodias condescendientes, menos mal que de vez en cuando nos alimenta con pinceladas de hermosísimo blues para ángeles caídos. Guillermo Mata estuvo prudente, infalible, en la segunda línea de combate, con el apellido bien alto -es hermano del mítico bajista de los Birras, Miguel Mata -pero emocionante como todos dentro de la sobriedad. Y Cuti, bueno, Cuti lo toca todo y con una energía propia de los elegidos por el dedo de J.B.Goode...pero tuvo un par de salidas de tono que ensombrecieron el recital, supongo que sería la emoción del momento -ni maricas, ni hombres de verdad, ni Amaral ni Bunbury, como dijo el maestro, aquí estamos para sumar, no para quitar a la gente del camino-.
Y dejo para el final a Sopeña. Como para el final dejaron Cass -con letra de Jose Luis Rodríguez García, que los Mas Birras eran auténtica poesía rock, de alta graduación y estética-, a pelo, como tiene que ser, y también Apuesta por el Rockandroll, que es un himno, el himno de Aragón -vale, junto a Me dicen que no quieres- de un Aragón que pide a gritos más, que muerde y sangra... que Gabriel Sopeña, prudente, discreto, como los grandes, lleva por toda España y por Europa. Sopeña, creador, monstruo, referencia, por fin volvía a los escenarios en Zaragoza para darnos una auténtica lección, para hacernos recordar sin brumas de nostalgia. Gracias Gabriel, quédate junto a nosotros, nos haces mucha falta.
Mas Birras, siempre Mas Birras...y Proscritos y Mestizos y Niños del Brasil y Amaral y el Niño Gusano...e Insulina Morgan, Malamente y Mister Hyde, todos con suficiente combustible como para mantenernos en la carretera.
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