El nuevo disco de Miqui Puig es una
declaración de principios. Es una exposición de polaroids en la que
cada sala es mejor que la anterior y en la que avanzas sabiendo que
lo que dejas detrás es solo ceniza. Mique ha esperado con la
paciencia de un amanuense para ordenar en su cabeza las notas que
sobrevolaban hasta que se ha impuesto la justicia y el honor. Ha
contado las historias con un ritmo pop inconfundible. Un disco muy
Miqui.
Ella me salvó (BB sin sed): Se abre el
LP con trepidación. No es un mérito, es una obligación. Es Patacho
hablando de los Mig-Mag en una habitación con Algora, es un as de
picas comprado por trece monedas en el rastro. Bebe, bebe, le dice
Franc Lluis a David de la Cruz, bebe aunque no tengas sed, porque
todavía quedan muchos kilómetros.
Los módena: En la dos el single de
apertura. Canción de estribillo, canción de puños en alto, ojos en
blanco. La lista de peticiones: vino blanco y unos cucuruchos con
freiduría. A los rockers nos cuesta llevar la paridad en los
calcetines.
El sastre de Genestacio Dandismo y
envidia. Una mezcla ampulosa. Una historia de viernes para Jarvis y
para Weller. Los dos frentes al espejo, Miqui frente al espejo. Y
fuera, John Foxx espera ver qué queda de Europa después de la
lluvia. Y el saxo, bendito, remite al Dios del principio: la vida es
subir y bajar en un ascensor desde tu casa a la calle, antes y
después de la fiesta.
Sofia Schmidt-Perez del Oso: Es el
momento de volver a los jóvenes americanos. ¿Se puede ser más
grande que Miqui Puig llevándome de vuelta a Filadelfia? El violín,
el segundo violín, mil violines convertidos en un grito de guerra.
Puig amaga con los Desmond Dekker para llevarnos hasta el borde de la
playa. No, yo no me baño, es una excusa para las hogueras de esta
noche.
El chico que gritaba acid: Rompeolas,
punk rockers enamorados, las ginebra nacional, de Glaswov a North
Barcelona, el chico que hablaba de Revival ahora habla de Acid. Los
tatuajes se llevan en el alma. Aquellas columnas que leías a
escondidas en un trabajo que odiabas. Hambriento de canciones,
hambriento de amigos: estribillo otra vez perfecto. Todas las fiestas
de mañana
La teoría del hombre invisible:
Volvemos a la bodega. Allí nos juntábamos varios fantasmas a la
espera de tomar el cócktail perfecto. ¿Qué nos faltaba ver? La
lucidez del spoken word, los personajes que aparecen para esperar una
historia mejor, una vida mejor. Habla de la víctima que hace el
número diez, de los gritos que nos mantienen vivos. Dormir es morir.
Línea clara: Vivir en Bruselas,
quitarse el sudor con un pañuelo que usó Jacques Brel, decidir
cuándo ha terminado el otoño. El mordisco como excusa para la
almendra. Las gafas de volar de Saint-Exupéry, las bielas de De
Vlaeminck y un relato de John Cheever.
Cuidado con los perros: Abre el abanico
otra vez. Es momento de bailar, de darle al charles, demostrar los
años y los singles de Dutronc, las pasiones y las chicas que se
escapan por unos centímetros. El toisón de oro y llegan los
metales. No hay disco sin metales. Esperaremos hasta que chasquees
los dedos con cariño.
Nuevo rock americano: Lánguido,
cotidiano, a la contra. Miqui Puig ha puesto una cámara de cartón
en todas nuestras casas. Sabe que los que pelean son los que acaban
más rotos.
La hora del brindis: Las percusiones,
las programaciones y otra vez el cierre, los amigos ausentes dejaron
sus discos detrás. Quizá una de las cumbres literarias del año
cuando Puig escribe: Tiene alguien a quien cuida como mandan las
canciones.
Vos trobava a faltar: El cierre es
enérgico, hermosísimo, como cuando sabes que la próxima vez que
veas a tu colega la fiesta aún será mejor. Principiantes que ya
saben qué camino elegir. El puzzle en el que todo encaja, la luz
perfecta sobre un atril, una canción que sirve para cerrar y para
abrir. Mi corazón y mis oídos.
Miqui Puig entrega un disco que es un
todo. Un todo narrativo de potencia inigualable. Con su voz en
perfecto lugar, elevándose sobre las cuerdas, los órganos y las
guitarras. Sin rastro de divismo pero pleno de mitología. Un Miqui
que habla de alcohol y de Dios como un tributo involuntario a los que
se han marchado, un Miqui ligeramente distópico (herencia de las
noches de radio al frente del micro en Can Tuyus), clásico, más
clásico que nunca. Ha elegido la mejor de sus gabardinas, la que te
permite caminar bajo la lluvia con entereza. Porque de buen gusto
anda más que sobrado.