miércoles, 13 de mayo de 2020

Algunas palabras sobre Pistas forestales de Christian Peribáñez (Anorak Ediciones, 2017)

Pistas forestales (Amo los lunes): Amazon.es: Peribáñez Baiges ...


Christian comienza a nadar por un bosque lleno de olvidos. Es un aliado la memoria para perdonar a los que son insultantemente jóvenes, el primero Kavafis, “Porque solo es así posible que todos/se borren de la memoria en absoluta perfección”. Peribáñez sentado en un taburete de un bar goyesco, tiene algo de dinero en sus manos y toma café y de sus manos caen poemas y sensualidad no conocida hasta ahora, “Dejar que regrese un revuelto de buitres/como adorno inútil o droga consentida”. Sus imágenes nos llevan a Julio Antonio Gómez en plena madrugada de telegramas y habitaciones pagadas en peseta, porque hay Zaragoza en las palabras de Peribáñez, “Callo y mi silencio apesta a lejía”. Limpiando la memoria, haciendo la guerra con el pasado, la piel que uno muda puede parecer mejor o peor, pero ya para siempre está perdida “Apenas me dura en la sangre/un beso de insecticida”. La belleza que trae una ausencia, en un gesto mínimo, dando validez a un libro: “Ahora compro un imán menos en los viajes”. De la generación de los zalameros, los de los pies y manos grandes, los que envolvíamos con tono monacal nuestra rabia hasta que llegaba la explosión, “solo conocimos la guerra en las noticias/y robamos munición a las luciérnagas”. Aumenta el paso del tiempo como si le dieras cuerda, yo que escribo esto te acompaño en el ritmo y también voy hacia atrás para no encontrarme o para ser el que era, pero distinto, interino: “La juventud que entonces aspiramos ya no/nos dispara. Al menos no nos alcanza.” Buscamos delgadez y otros buscan carne. Al final es inquietud ante lo que nos ata a la tierra y nos desata de otros cuerpos, de los de una madre, una abuela. Si no conociste el amor en los noventa, “Para el arco de seguridad somos cromos repetidos”, Goliat, Gulliver, el Golem. Tres G, éramos jóvenes y podríamos haber escrito cartas, porque no había móviles. Podríamos pero nunca lo hicimos, éramos perezosos o no teníamos sellos...ahora en cada poema hay una botella que lanzas a un mar seco y desconocido “Me pregunto si comprarás periódicos los domingos/y si tu hechizo no ocultará espino o tendrá fecha en la tapa”. Ahora, “que definimos a un hombre por sus costuras” descubrimos que no sabemos si esta vida usa dado o carta más alta o está todo cargado de trampas, “En mi cama/donde se escondieron los primeros cristianos”, como si una confesión a tiempo fuera menos confesión y más excusa.

martes, 12 de mayo de 2020

Unas palabras sobre La miradora de David Giménez Alonso (Comuniter, 2019)


Vuelve David Giménez – Librería Anónima

David Giménez caminó por el pasillo de su casa hasta la puerta. La abrió y miró fuera. Escuchó sirenas, unas con cola y otras recorriendo Remolinos controlando que nadie se saltara el confinamiento. Las promesas de las primeras no tenían suficiente dulzura, se dio media vuelta y se quedó en su casa. Era el final del 2018 y el viaje había comenzado dos años más tarde. Sobre la mesa de la cocina extendió un mapa mudo y comenzó a pintar sobre él-podría haberle hablado, pero no le hubiera contestado, era mudo, el mapa, “Que no haya respuesta es en sí una respuesta”-, marcó con muchas cruces, trasuntos del Yukón como Gallake, Niu Yol como Nueva York, David Giménez era como un Battiato de la ribera buscando “las ciudades sagradas son difíciles de habitar”, besando el papel como si no hubiera uvas pasas, calmando su explorador interior mostrando su peor cara. La miradora es como Salgari o Lovecraft escribiendo poemas sobre el mundo sin salir de su casa, como aventurarse a una distopía con las instrucciones caducadas. Hay ciertas ciudades a las que hay que ir bien comido, como pasa con el whisky y como se decía antes de algunas mujeres, “Qué será lo próximo, una lluvia sin fondo, sin principios..”, lo siguiente es agachar la cabeza, silbar a Devendra Banhart, escupir sobre los ángulos rectos de Lisboa, morder la dinamita como si fuera regaliz de palo. El amor construido en inviernos nucleares, un amor pálido y ligero “Te tapabas con una manta que siempre llevabas a tu lado/una manta como un matrimonio blanco”, como Marie Laforet escribiendo una postal el última día de su vida “Y también comienzo a nadar/debajo de los pasos de cebra está el mar/los otros poetas de mayo no decían eso/se quedaron en la playa.” En Mostar la mujer de Lot, atrapada en la sal de la muerte, en Turín, una vecchia signora que le dice a su marido “la espuma es el miedo del mar” mientras le acaricia la mano. Iglesias donde llorar, olvidar un anillo en fondo de un dedo, el miedo a la corriente “Vivo en el interior. Casi no llueve.” El segundo día que David quiso salir de su casa lo primero que hizo fue comprobar que los líquenes habían muerto, no llovía desde hacía mucho en su casa. Llovía mucho fuera, en la calle, pero casi nada dentro de las habitaciones. Las hojas parroquiales se acumulaban en el entresuelo y las escobas traían púas por haber pasado una mala noche. Giménez se sintió un poco Whitman y un poco Cohen, escribió en papel reciclado hermosas promesas que nunca cumpliría al despertarse. La primera que iba a despertarse “acoge a mi hijo antes de que llegue la noche”, la segunda que su padre volverá con marfil entre los dientes “Mi sombra me dice que no muevas/ahora va a mover tu padre”, la tercera que elegiría una musa y la pondría en la popa del barco, donde asustaría a las sirenas de la poesía. El tercer día empezó cuando acabó el cuarto, así de desordenada es la vida del poeta que muere “Yo morí en abril que era el mes de cien noches”, con la boca cargada de besos y los bolsillos llenos de fartons, sin tener que dar explicaciones a otros muertos y a otros vivos, los que buscan un lugar perfecto para esa labor “encontrar un sitio adecuado donde morir, lejos de los hospitales y las amarguras”. Indios de madera que se mueven por las noches, rockeros que van de la cama al living, sonetos que se descuadran cuando la chica a la que van dedicados no corresponde, “anoche tuve un sueño en el que alguien me soñaba”. El poeta minero encontró en la punta del lápiz la promesa de los mejores versos del mundo, solo había que esperar unos millones de años a que las palabras se asentaran. “No ser un hombre feliz/pecar de excesos y rapear”. Yo digo, rapear a nivel PROFESIONAL.

domingo, 10 de mayo de 2020

Unas palabras sobre Escalinata de Sebas Puente Letamendi (Baile del Sol,2017)


ESCALINATA: Amazon.es: Puente Letamendi, Sebas: Libros

¿Qué hay en los peldaños de este libro? ¿Quién espera arriba? ¿Quién se ha quedado en la parte de abajo? Los versos de Sebas Puente son el resultado de un cincel robusto que juega al despiste, eliminando broza y buscando el laberinto en el inexperto que se acerca al libro silbando “Introduciendo un vacío impecable/en los bronces y las conversaciones”, como el Cohen de Tower of song, el salmo apócrifo y urbano reluce como una pepita de oro: “Cómo podéis dormir tranquilos/cuando es el cielo/lo que esperáis”. Como un ángel de Handke y un desesperado forajido de Sam Shepard, Sebas captura “Alguien tendrá que hacerse cargo/de nuestras próximas apariciones” y devuelve el gris aletear de los pájaros sin nombre y los monstruos que se esconden bajo los puentes, ministerios vacíos, ciudades vacías, cuerpos vacíos “Abandonamos nuestras habitaciones/para buscar un espacio nuevo/desde el que observar sin ser vistos”. Una espiral se convierte en una cinta de Moebius donde se confunden principio y final: “Las palabras y la vida/no hacen contacto, fallan”. Entre las cúpulas y las figuras, entre el pan dorado y las columnas que rascadas arrojan el poco gusto del policromado, como si la visita fuera a Astaroth “Varias estatuas que custodiaban/la entrada principal de la ciudad/han sido abiertas siguiendo el surco/de sus principales vetas”. El alcohol y el viaje, las estampas de Hopper, terminales de autobús y tren, la huida como un empate con la vida: “Puede que consideremos una retirada a tiempo; /puede que, después de todo, conquistemos/una apurada victoria”. Sebas ahonda en la sociedad de fantasmas, en la vida de los ausentes, hay una compañía invisible con la que compartir alivios momentáneos: Una mujer, un amigo, las palabras: “En los días de asuntos propios/dejamos que el ambiente se enturbie/y bebemos a conciencia, /pagando, cuando hace falta,/precios desorbitados”, esa compañía sobrevuela el libro, lo hace cercano, alimenta: “Porque desde hace meses,/nos movemos en silencio por la casa y asentimos/ante cualquier pregunta”. No hay sed suficiente para todo lo que falta por celebrar, sea un espejo, Man Ray o Cadaqués.

miércoles, 6 de mayo de 2020

Unas palabras sobre La mala raza de Nacho Escuín (Editorial Bala Perdida, 2019)

La mala raza – Bala Perdida Editorial




Cuando no ha pasado ni un año pero todo tiene pinta de más viejo, de antes de...escribe Nacho Escuín en su vuelta a la poesía, como si de un traje que vuelto a poner tras un tiempo te queda mejor incluso que antes, “a lo lejos el mar también se destruye”, porque la destrucción y el cainismo es parte de este libro. Una cita de Roger Wolfe que abre el texto, el hombre que se asesinaba en los transportes públicos, y también una cita de Supersubmarina. Escuín ha decido que usará los colores que decida, mezclando fuera de canon, cogiendo de la moda lo que para él es tradición. “No estar en ninguna parte/y en todas la vez/da perspectiva” es un verso inequívoco de los años como político que han pasado en la vida del poeta. Un poeta político o un intelectual que trabajó para el pueblo, las definiciones valen casi todas, pero “La mala raza” no es un libro político ni esta una columna de opinión. Aquí hay belleza y la bilocación, aunque sea de cuerpo y alma, es algo con lo que viven los poetas de este siglo y del pasado. Me viene a la cabeza Vicente Muñoz como un beatnik del calzado o los poetas-profesores que dejan que sus asignaturas se introduzcan en sus versos como curiosos estudiantes. El café y la ciudad. Dos temas clásicos en Escuín. Las fotos de las paellas y la prensa que solo eran el descanso del guerrero, “quiero irme de aquí/pero nunca me fui del todo”. Conocer al poeta hace que uno se sienta más cómodo en sus versos “Y luego está la valentía del que dejó de fumar para que yo la olvidara”. Recuerdo la casa junto a la Romareda, estar sin tabaco y fumarme un pitillo que ya estaba un poco pasado pero que te sabía a gloria. La guerra por la palabra, por lo que es verdad y no importa, porque lo que importa es lo que quieras escuchar, es bueno tener que obligarse a una lectura segunda, escapar del ruido blanco que lo entorpece todo. Este libro de Escuín es un libro escrito bajo un bombardeo, cuando ya no quedan parapetos y los folios son la última de las protecciones. La segunda parte, Portfolio, es un ejercicio de retratos y espejos, no sabemos si hay realidad o es estándar, no importa, todos podemos tener una esquirla de “La muchacha de la noche” o de “El hombre con los ojos tapados” en nuestra propia manera de andar, generaciones que no se dejaron marcar por las obsesiones de sus padres, Berlín, Brexit, el ayer y el mañana, “Todo está en la infancia”-vuelve Vicente Muñoz porque Vicente nos alimentó en los tiempos oscuros después de las revueltas-, esas lecturas en bares que ahora parecen un poco ridículas pero que nos acercaban a las estrellas del rock. “La presión de leer un poema como si en él se terminase el mundo”, Calamaro, Paco Umbral, los restos de un amor puntual y sus cenizas moradas que sobre el oficialismo se niegan a ser recordadas.

Un punto y aparte. Una vuelta al atril y las botellas de agua mineral del tiempo, el idioma de la ginebra se apaga y es más difícil levantarse a las siete para ir a trabajar que llegar a casa con los huesos impregnados en absenta.