Fominder siempre ha escapado a las
modas para definir un canon propio. Te puede gustar más o menos,
puedes entender que su universo es claustrofóbico o cálido,
expansivo o desértico, blanco o negro. Magia bajo cero sigue en esa
línea: hay magia, esa que hace que la música recorra los cables
desde la columna hasta el parlante, un disco que se abre con Cuando
despierto, alegato urbano como unos Décima Víctima con mejor
tecnología y más horas de tranvía, en El pacto, la trepidación
nos acerca a esas líneas de bajo robóticas que solo pueden ser
tocadas por un mutante, con esa devoción alienígena que tenían los
A Flock of Seagulls. La canción que da título al disco parece
sacada de un descarte de Dynamo de Soda Stereo, como si a los mandos
estuviera Daniel Melero soñando con sintetizadores afónicos o revox
que repitieran oraciones como en una Ültima noche, con una percusión
pesada, fría, una onda que es ceremonial en sus arreglos, como unos
New Order que todavía no han superado la pérdida de Ian Curtis,
canciones sacadas del catálogo de grupos tóxicos de Limbo Starr,
esa Bruma que reivindica la lucidez confesional de La Bien Querida,
Elévame que actualiza el sonido de Décima Víctima con referencias
a las distopías del S.XIX, síntesis y antístesis en Noche de Arena,
solo para los que al llegar los lunes de hierro encuentran
en Volubilis el refugio a todas
sus plegarias y el final que es una especie de polaroid de Midge Ure
y David Sylvian jugueteando borrachos con un Prophet-5 en la
Nochevieja de 1985.
Fominder es sello donde antes había tatuaje, es
línea divisoria entre la fotocopia y lo épico. Un solo pero, el
tratamiento de la voz, que nos hace perder alguno de los matices
emocionales de la interpretación de Juan, que hubieran dado más
lustre al LP.