Quince canciones en un disco. No sobra
ninguna. El metraje correcto: Comic, cuando quedaban quince
años para el 2000, antes de la mano de Dios, antes de Rompepistas,
con los maxisingles a modo de escudo y la garganta de Pino d´Angio
avisando que todavía está lo mejor por llegar. Miqui Puig se abre
desde el principio, Miqui Puig colecciona los cortes mejores y los
monta en un scalextric imposible , fraseos en mil idiomas, tambores y
ritmos, ven que te lo explico otra vez: Montjuic es una
canción diez, de belleza estremecedora, para bailar despacio, para
acunar los sueños que están por venir: los arreglos a lo Bowie
1983, el corte de Weller fumando negro sobre traje blanco en un
reservado de la Diagonal. Conocíamos Raros como primer corte,
robots políticos en la cadena de montaje, funcionando a pleno
rendimiento. Vamos con Hunos a por el segundo diez de la noche,
ensayo sobre los singles perdidos, sobre los cacahuetes para cenar,
las voces que no saben elegir pañuelo o corbata, ¿os acordáis de
los bares con nombre de cantantes? Íbamos al baño y salíamos más
limpios para sorpresa de todos, los botines se deslizaban sobre una
mezcla guitarras y suciedad. Estábamos vivos, habíamos aprobado
asignaturas básicas, Graduado, como Robert Mitchum y sus
discos de Calypso, Desmond Dekker y sus israelitas y Deborah Harry
llevándonos de la mano a mojar los pies con la marea. Esas guitarras
de Ola, esa sección rítmica, abraza Miqui Puig el soniquete
medio macarra, como esas canciones que se compraban en pesetas y uno
llevaba apretadas fuerte a su pecho, ese bajo muy de los Pistones,
esa suavidad que llega hasta Plum Cake, que acerca el disco a
la nacional que une San Sebastián con el Ampurdán, dos mares y
entre medio un teclado y unos coros que suscriben que Miqui tenía
que seguir contando historias básicas, Plata, una letra original que
es Miqui Puig puro, amanuense en Plata Miqui Puig bebe del
Mediterráneo que tan bien conoce, cerca de Catania, buscando al pie
de volcanes extintos el recuerdo de los que siguieron a Franco
Battiato hasta el final. Chill Out es un momento de respiro,
de pasar la mano por las estanterías y quitar el polvo de discos que
hace demasiado tiempo que no escuchas, una carta de amor convertida
en tonada, Miqui abraza solo a quien lo merece, ella tiene nombre, él
se disculpa, Jarvis y Richard, Burruezo y Carnicer, tan bello que
duele ¿Delicado en el dolor? Amantísimo compañero en el viaje,
santificado el sintetizador, vuelve a la pista de baile en Karaoake,
¿sonido Filadelfia con una letra hermanada con el universo literario
de Diego Vasallo? Percusiones, masculinidad bien entendida, las
coderas desgastadas por el liquido que lloran los vasos al
calentarse. Continuamos llevando la paleta a colores que nos son
conocidos: Max ilustrando las historias de Juan y del Tonto Simón,
la gabardina que llevaba Miqui en aquella fábrica cuando cantaba
canciones de John Foxx acabará en la espalda del protagonista
de Sobretodo, con las voces femeninas que nutritivas nos
llevan, salmódicas, hasta Tinta, confesional y delicada,
¿Podría un bajo así entrar en una canción política? ¿Podría
aparecer Chic en
una canción con la palabra fascista en su letra? ¿Es la primera vez
que Cohen aparece en
la obra de Puig? Nunca olvidemos que tuvo su momento partizano y
spectoriano. Transición de gitanes y arreglos de Gainsbourg from
Loveonthebeat y llegamos hasta Casino Classic, el Miqui más
Miqui, dos contra el mundo, funcionando a todos los niveles, teclados
como relámpagos en mitad de la canción, motocicletas que suenan
como violines, barro y trompetas (en Flandes lo llaman chocolate) y
en RegolarItà ecos de danza, clubes que nadie recuerda,
fotos de carnet donde no nos reconocemos, los mejores arreglos del
norte de Barcelona. Extrañabas las viejas historias de cuando Miqui
escribía cartas, cuando nos decía: “Escápate, un solo día.”,
como cuando dejamos el tabaco porque el amor había llegado. En las
páginas modernas dicen que el estribillo es perfecto, que Doulton
es suya, que el barniz sintético es el color con el que se pintaba
las uñas Sandie Shaw. No diré yo que no, hijo mío, este señor es
mi amigo y no tenía que preguntar por el nombre de las calles porque
las calles eran todas suyas.
¿Ha cantado alguna vez mejor Puig? ¿Ha
elegido mejor los samplers y las percusiones? ¿Son quince canciones
suficientes para completar tres décadas? Lo único que es gris es el
Cantábrico y la sed que deja la lengua cuando el vino abandona.
Miqui Puig sigue escribiendo la novela de nuestras vidas con
anécdotas que son solo suyas. Esos arreglos, las teclas, los ritmos,
enhebrando con el ojo tuerto por la aguja que mejor atrapa el tejido.
Con gusto y con calor, de té y limón. Para todo lo demás, elijan a
Puig, elijan seguir el camino correcto, las libretas con letra
apretada, las fotos en blanco y negro, los sombreros y los cortes de
pelo, aquel sitio en el que pasamos una buen tarde. Ven, sigue igual.
Quizá mejor.